Joker: Violencia, validación y sentido de pertenencia

Por Marcial Méndez

No Joker no es una película de superhéroes. No, Joker tampoco es una joya inmaculada del séptimo arte. No, el contenido de Joker no puede ser seriamente resumido en el memético reduccionismo de “vivimos en una sociedad” que muchos de sus detractores quisieran achacarle para menoscabar la cinta. No, Joker no es lo que su director quisiera que fuese, sino lo que terminó siendo. No, Joker no es principalmente una crítica social, ni propaganda, ni entretenimiento apolítico ni nada de eso. Lo que sí es Joker es un estudio de personaje crudo, creíble, valioso y moralmente gris sobre el deterioro mental de un hombre alienado que, llevado a su punto de quiebre, recurre a la violencia como un modo de autoafirmación.

La cinta se luce mostrando la manera en la que las tendencias antisociales y violentas de su protagonista (Arthur Fleck, t.c.c. Joker) surgen de las necesidades de integración y reconocimiento que todos nosotros tenemos. Al inicio de la historia esas necesidades tienen un efecto positivo en Arthur, quien, a pesar su depresión y demás circunstancias adversas, busca obtener validación y aprecio mediante sus esfuerzos como comediante. Pero, al no lograr su cometido, al verse continuamente defraudado por las instituciones que deberían apoyarlo (desde la familia hasta el estado) y al encontrar en la violencia (originalmente usada en defensa propia) una manera de finalmente ser registrado por las demás personas como algo más que un indeseable o una víctima, el personaje se da por vencido y decide retribuir a su exclusión con agresión. Dicho ello, su deseo de ser entendido y aceptado jamás se pierde, incluso cuando él considera que ya es inalcanzable.

No obstante, es importante notar que Arthur sí consigue una suerte de sentido de pertenencia durante el tramo final del filme. Habiendo inadvertidamente iniciado un movimiento social mediante sus primeros asesinatos (los cuales fueron interpretados por los medios como una protesta a las disparidades socioeconómicas de Ciudad Gótica), el protagonista es, poco antes de los créditos, celebrado por las turbas de manifestantes violentos que inspiró, a lo que él responde con regocijo. A pesar de no haber creado conscientemente el movimiento, de no compartir sus convicciones ideológicas y de considerar que sus acciones fueron totalmente ajenas a aquel, Arthur acepta su vitoreo porque son los únicos que lo aceptan como uno de ellos. Esto es particularmente relevante puesto que ilustra, excelentemente, la manera en la que algunas personas llegan a integrarse a grupos radicales o de odio: a veces es la sensación de alienación y la urgencia de ser aceptado dentro de algo lo que impulsa la decisión de entrar a ellas, las ideas compartidas llegan después.

Muchas cosas más podrían decirse de la película, pero la extensión de este espacio no lo permite. Cierro reiterando que, haya sido por genialidad o mera serendipia, el hecho es que Joker es una película muy buena, bien ejecutada y relevante: llega en el momento adecuado para diseccionar los mecanismos mediante los cuáles las necesidades sociales más básicas se trastornan en resentimiento y violencia. Es una película dura pero muy humana y empática: una tragedia que explora una realidad indeseable pero verosímil.

Se las recomiendo muchísimo. Si no lo han hecho ya, vayan a verla.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.