La angustia del escéptico cartesiano

Por María de la Lama

La angustia del escéptico cartesiano está en la sospecha, y en la creciente evidencia, de que todo es muy igual. De que lo que divide lo deseable de lo indeseable es mínimo, de que nada es claramente diferente y mejor, o peor. De que no podemos creer en nada con certeza y convicción sin ser inexactos, injustos con ciertas posturas, sesgados por motivos irracionales como querer pertenecer y sentirnos superiores, correctos. Porque lo único que divide en serio las opciones, son los mitos ya existentes, son los sentimientos contagiados, son las olas de discursos que crecen como bolas de nieve de boca en boca, sin justificaciones racionales.

Que crecen no en función a la fuerza de la idea por sí misma, sino a la cantidad de vísceras que prefieren creer la idea para acomodarse en su sillón y sentirse más inteligentes y buenos que los que “dirigen” el mundo. Las emociones son lo único en blanco y negro, con contrastes fuertes. Sabemos tan poco de las cosas importantes porque lo importante no está claro. Para vivir con convicciones, es decir con emoción, hay que contarnos cuentos, creernos mitos, y mitos que solo tienen el objetivo de hacernos felices en nuestra nube, porque los resultados reales, el bienestar resultante, será o dudoso, o azaroso. Es decir, el pesimismo del escéptico está en verse en el dilema de, o engañarse y vivir una mentira, a medias porque el escéptico no sabe creerse sus mentiras, o vivir sin emoción.

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