La contaminación asfixia a la economía

Hay días en los que el sol agoniza en Pekín, París, Ciudad de México, Los Ángeles, Delhi o Madrid. Una contaminación que encala el cielo se extiende sobre algunas de las ciudades más ricas y pobladas de la Tierra. Esta polución desciende sobre la tierra contaminando acuíferos, mares, tierras de labranza, paisajes. El año pasado, la revista médica británica The Lancet propuso los cálculos hasta ahora más precisos. El coste económico, estimaron sus expertos, supera los 4,6 billones de dólares al año (3,7 billones de euros). El 6,2% de la riqueza del planeta. Pero lo peor es que esa podredumbre esparcida en sus infinitas formas (agua, aire, tierra y química) mata al año (cifras de 2015) a nueve millones de personas. Es responsable del 16% de todas las muertes del planeta.

En la mayoría de las sociedades, la polución es una respuesta a ese paradigma económico derivado del irresponsable principio de usar y tirar. Incluso el Papa Francisco ha advertido frente a esta “cultura del desperdicio”, donde los recursos y el capital humano parecen que pudieran expandirse como el tiempo y el espacio. El mundo, diríase, semeja un planeta fallido porque fracasa a la hora de vincular desarrollo económico, sostenibilidad y justicia social. “Contaminación, pobreza y desigualdad están profundamente interconectados”, reflexiona Philip J. Landrigan, decano de Salud Global de la Escuela de Medicina Icahan del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. “Casi el 92% de las muertes relacionadas con la polución suceden en países con rentas bajas y medianas [acorde a la nomenclatura del Banco Mundial], y en todas las naciones las enfermedades causadas por esa niebla negra se concentran en los pobres, los desamparados y las minorías”. Por si fuera poco, la herencia que deja en productividad perdida en esas tierras alcanza hasta el 1,9% de su riqueza. Y pocos parecen encontrar lo obvio en la memoria. “La gente enferma o muerta no puede contribuir a la economía”, recuerda, en declaraciones a Associated Press, Richard Fuller, presidente de Pure Earth, una ONG estadounidense que estudia el impacto de la contaminación.

Instituciones como el Banco Mundial tratan de crear una trigonometría que despierte las conciencias y los números para luchar contra la contaminación, reducir la pobreza y repartir justamente de la prosperidad.

El esfuerzo compensa

El planeta ignora a las personas pero también a las matemáticas. El trabajo de The Lancet sostiene que en EE UU cada dólar invertido en luchar contra la contaminación genera 30 de beneficios. Desde 1970 se han destinado 65.000 millones de dólares a este empeño y han regresado 1,5 billones. “El problema es quién soporta los costes y quién recibe los beneficios”, reflexiona Steven Cohen, director ejecutivo del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia. Su argumentación es clara, como si estuviera bajo una luz marina. A veces —relata— se cierra una empresa porque no resulta sostenible medioambientalmente y la sociedad reacciona frente a la pérdida de puestos de trabajo. Pero el proceso contrario queda oculto. “En Nueva York vertíamos aguas residuales sin procesar al Hudson hasta 1984. Construimos una planta de tratamiento, limpiamos el río y ahora existe un parque frente al mar y apartamentos de lujo que miran al Hudson. Esto jamás hubiera sucedido sin controlar la contaminación”.

Sin duda, la polución es una batalla contra ideas equivocadas o lugares comunes. Por ejemplo creer que esa mugre contemporánea es el obligatorio peaje de la prosperidad. Países ricos, pensemos en EE UU, llevan cinco décadas luchando contra la contaminación mientras su PIB crecía un 250%. Además los grandes costes económicos de la polución pasan en bastantes ocasiones inadvertidos porque no se asocian con el problema. Y están ahí. Se pueden tocar con los dedos. En las naciones desarrolladas, la contaminación acaparaba en 2015 unos 53.000 millones de dólares en horas laborales perdidas por diversas enfermedades. Vivimos inmersos en la batalla. “Hemos declarado la guerra a la polución de la misma forma que hemos declarado la guerra a la pobreza”. En 2014, ante 3.000 delegados del Congreso Nacional del Pueblo, el primer ministro chino Li Keqiang dijo basta. En un país de rentas medias —según The Lancet— se pierde en esa ponzoña hasta el 0,8% de sus ingresos. Pero China es una de las naciones más contaminadas del planeta y ha necesitado la increíble cantidad de 98.000 millones de euros para reducir un 25% esa muerte del sol en el área de Pekín. La buena noticia es que se puede solucionar, la mala es el enorme coste.

La polución es una batalla contra ideas equivocadas o lugares comunes. Por ejemplo, creer que esa mugre contemporánea es el obligatorio peaje para el progreso.

En noviembre del año pasado el aire en Delhi se volvió irrespirable. Literalmente. Sobrepasó en 11 veces los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La ciudad soportó en 2016 unos 2.900 millones de dólares en gastos sanitarios. “Este número puede parecer sorprendentemente alto pero el precio global, según las últimas estimaciones, para el país es de 505.000 millones de dólares”, narra Michael Brauer, investigador y profesor de Medicina en la Universidad British Columbia de Vancouver (Canadá). A lo que hay que añadir 50.000 millones en pérdida de productividad.

En esta era del desasosiego, instituciones como el Banco Mundial tratan de crear una trigonometría que despierte las conciencias y los números. Luchar contra la contaminación traza el lado de un triángulo equilátero cuyos vértices convergen en la reducción de la pobreza y un reparto justo de la prosperidad. Porque los recursos que absorbe esa sucia canícula son ingentes. Un estudio (aún en preparación del organismo internacional) calcula que la contaminación del aire cuesta a la Tierra 5,7 billones de dólares al año. El equivalente al 4,4% del PIB de 2016. Es urgente actuar, cada hora ya no hiere, sino mata. “El Banco está financiando proyectos, reformas políticas y programas que afrontan el problema. Además apoya el desarrollo de trabajo analítico y asistencia técnica para identificar iniciativas que mejoren la calidad de vida de los grupos más vulnerables. Es un compromiso respaldado con 8.300 millones de dólares en préstamos”, describe, por correo electrónico, un portavoz de la institución.

De hecho, hace poco se aprobaba una partida de créditos por más de 2.100 millones con destino a China (reducción de la contaminación atmosférica), Colombia (tratamiento de las aguas) y Perú (medición de los niveles reales de polución). Porque esa neblina negra se filtra en las casas y roba la esperanza, la vida y el sustento. Solo la polución ambiental les cuesta a seis países de América Latina (entre ellos, Perú, México y Bolivia) entre el 2% y el 3,4% de su riqueza.

Texto: Miguel Ángel García Vega
Fotos: Cortesía

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