La crisis de identidad de la lucha libre

Hoy en día es bien sabido que la lucha libre no es un deporte sino un espectáculo con resultados predefinidos, pero no siempre fue así: no fue sino hasta 1989 que el carácter ficticio del wrestling se volvió conocimiento popular cuando la WWF (ahora WWE) lo reveló ante el senado de New Jersey para así librarse de las regulaciones atléticas de tal estado. El shock resultante persiste.

A pesar de la bien sabida falsedad de la lucha, la misma aún no logra librarse de sus vestigios deportivos; de hecho, parece encontrarse en una especie de limbo: no se decide entre la realidad y la ficción. Esto es especialmente aplicable a la WWE, empresa en la que personalidades fantasiosas como el Undertaker y Woken Matt Hardy coexisten con excampeones de la UFC como Brock Lesnar y Ronda Rousey.

Sin embargo, el problema no es el contraste entre los personajes, sino el que la experiencia en el octágono de los susodichos sea excesivamente ensalzada y empleada para justificar la dominancia de luchadores como Lesnar (actual campeón “universal”) en un intento por “legitimizar” el wrestling.

Súmesele a aquello la reciente tendencia de la industria por evidenciar su realidad tras bambalinas y la cuestión se agrava aún más.

Sin una identidad sólida, el medio luchístico –al menos en sus iteraciones populares– es incapaz de proveer un espectáculo suficientemente inmersivo y comprensible. No por nada los no-aficionados siguen preguntándose cómo alguien puede ver un show falso como la lucha libre, pero no tienen mayor problema con consumir The Walking Dead u otras series televisivas.

La culpa es de la misma industria: no es deporte, pero tampoco quiere ser ficción. ¿Qué le queda entonces?

Por Marcial Méndez*
alexmendez2903_s14@hotmail.com

* Estudiante de Diseño Multimedia, posmoderno y fanático del vaporwave. Dicen que es más formal de lo que su foto indica. Sí tiene novia.

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