La huella Franciscana en Yucatán

La dominación española sobre la Península de Yucatán, que arranca en 1542, da la pauta para la llegada de los primeros monjes evangelizadores en la región. En 1544 se establecen las primeras órdenes sacerdotales, primero en Campeche y posteriormente en Mérida en 1545, y de esta forma es como franciscanos y dominicos inician el proceso de reconquista espiritual del pueblo maya.

A partir de ese momento histórico, la orden de los franciscanos se colocó como una de las importantes en la zona peninsular, y luego de 471 años contados a partir de su arribo, las estructuras eclesiásticas han modificado su permanencia en tiempos y estancia en este territorio, pero su presencia se mantiene, entre otras cosas por las construcciones que lograron a lo largo de casi cuatro siglos.

El recuerdo de los franciscanos aflora ahora que acaba de conmemorarse, una vez más como todos los 4 de octubre, la figura de San Francisco de Asís, un personaje rodeado por el misticismo, la santidad y la leyenda. El santo italiano es patrono de decenas de iglesias a lo largo de todo el territorio yucateco, e incluso el peninsular.

Según aportaciones del historiador Robert Ricard en su obra “La conquista espiritual de México”, libro segundo, capítulo III, 1933, fue el papa León X, a petición del rey Carlos V de Castilla, quien en 1521 le solicita a la orden franciscana que “acuda en auxilio de las almas perdidas” en el nuevo continente.

Y tras los pasos de los conquistadores ibéricos arriban los frailes y sacerdotes a las nuevas tierras. En el caso de Yucatán, tras la pacificación de la zona lograda por los Montejo se instalan los primeros grupos evangelizadores, quienes tenían como objetivo inmediato barrer con la presencia de otros dioses e instalar la fe católica.

Con los primeros métodos de presión, los frailes determinaron edificar templos sobre los sitios ceremoniales mayas,  para demostrar la superioridad y la exigencia de credibilidad de su Dios, sobre el gran panteón establecido por los naturales mayas.

Ricard establece en su texto: “Fueron a instalarse los religiosos en los más importantes lugares de adoración, o de gobierno (…). Había en estos centros de culto y política uno o varios templos, que como era normal en la vieja religión, se hallaban colocados en lo alto de una construcción piramidal. Nada más oportuno pareció al misionario que edificar sobre esa misma construcción su iglesia y su convento. Dos efectos se lograban con ello: desintegrar más el viejo modo de vida, y sustituir un culto por otro culto”.

Por bula papal del 15 de abril de 1521 los franciscanos tuvieron poder absoluto sobre la vida de los miles de mayas habitantes de la Península, por encima de otros grupos dominantes como dominicos y jesuitas.

El proceso inicial

Como parte del proceso de encomienda y distribución territorial, las órdenes sacerdotales fueron proponiendo y cubriendo territorio, muchos lo hicieron en su doble papel de encomenderos y dirigentes político-religiosos, y por ello lograron importantes donaciones para las primeras construcciones de iglesias, ermitas y catedrales. Así surge en Mérida la Catedral de San Ildefonso, cuya construcción comenzó en 1563 y terminó en 1599.

La presencia de estos centros ceremoniales se establece bajo el signo de las causas originales franciscanas: humildad, caridad, justicia y sencillez, que se perciben en muchas de las fachadas y ornamentación de esos centros de culto.

Durante casi un siglo los monjes administraron regiones enteras en las provincias lejanas ocupadas por los mayas. Los conquistadores españoles eran un puñado, concentrados en algunas aldeas, mientras que los frailes se fueron multiplicando y con ello lograron una dominación a través de la autoridad, inicialmente hablando la lengua maya y posteriormente catequizando.

Ese proceso les permitió edificar innumerables conventos e iglesias y desde luego fundar poblados, donde ellos cobraban impuestos, es decir diezmos.

A pesar de muchísimas dificultades, como el precario modo de vida y la hostilidad de los nativos mayas, los frailes lograron enriquecerse a costa de los indígenas, incluso con baños de sangre, como el incidente de Izamal, protagonizado por Diego de Landa y Carbajal, cuando el 12 de julio de 1562  fueron asesinados 5 mil mayas y se quemaron códices, ídolos y objetos sagrados.

El poder de la religión

“Fueron tiempos de horror”, aseguran en su libro “Religión maya” las investigadoras Mercedes de la Garza y Martha Ilia Nájera Coronado-. Los tiempos fueron de total dominio para quienes tenían el poder, sobre todo el poder de la religión.

Según las fuentes históricas, la curia católica estuvo dominada por los franciscanos durante más de 300 años en Yucatán, lo que favoreció la fuerte presencia de esa orden religiosa, que se hace evidente, entre otras cosas, por los 48 conventos construidos, el más grande de los cuales es el de Izamal, pero también destaca el de San Bernardino de Siena, en Valladolid, que con algunas variaciones se repite en Maní.

La poderosa orden franciscana llegó a tener tanto poder en la zona de Valladolid, que provocó una pugna con los encomenderos debido a la cual el convento de San Bernardino fue quemado en dos ocasiones, hacia 1562. Algo similar ocurrió también con las catedrales de la ciudad de Campeche y de Villahermosa.

Hechos de sangre

Diego López de Cogolludo, historiador  de la Conquista, narra también hechos de sangre contra los mayas que involucra a los evangelizadores franciscanos. En el capítulo “Un sangriento fracaso” se narra: “Durante veinte años, desde 1603 hasta 1624, los franciscanos trataron de convertir a los indios de Sacalum y fracasaron, debido a la resistencia de los indígenas mayas, y además a rivalidades entre colonos españoles, partidarios de la conquista militar”, es decir, por medio de la fuerza.

 “Así, Sacalum fue dos veces edificada por los religiosos y luego abandonada por los indios. Tres monjes franciscanos sucediéronse en el pueblo, Juan de Santa María, Diego Delgado y Juan Henríquez, estos dos últimos allí encontraron la muerte en confrontación con los naturales”. Según se asienta en esa obra, fueron los franciscanos quienes más practicaron los “autos de fe” para la inquisición en Yucatán.

La Guerra de Castas

Otro de los hechos contundentes que se consideran de importancia y donde los franciscanos tuvieron fuerte presencia es la denominada Guerra de Castas, donde tras el hostigamiento e innumerables agresiones contra el pueblo indígena perpetrados por encomenderos y conquistadores, los mayas se levantan en armas en el pueblo de Sotuta, donde golpean y dan muerte a encomenderos y curas.

Estos incidentes han sido contados de muchas maneras, pero según historiadores como Rafael Soler la presencia de los curas y frailes franciscanos fue en parte el motivo de origen del conflicto,  pues los indígenas mayas intentaban detener el despojo de sus tierras y sus propiedades, mientras que los conquistadores intentan arrebatárselas, con el soporte de la religión.

Una presencia perdurable

Para los inicios de los siglos XIX y XX, los franciscanos fueron disminuyendo en presencia, fuerza y capacidad. Los mandos eclesiásticos se transformaron desde la cúpula del poder en Roma, y esto también se hizo sentir en esta orden religiosa, cuya presencia en la zona peninsular se fue diluyendo.

Sin embargo, la presencia franciscana ha perdurado a lo largo de los siglos en todos los rincones de Yucatán, y también en Campeche y Tabasco son todavía visibles las huellas que dejó ese grupo de frailes que supieron en su momento dominar y transformar a la sociedad indígena en adepta y fervorosa. Y una de las evidencias de esa influencia son las fiestas tradicionales dedicadas a San Francisco de Asís que persiste en los pueblos de Yucatán.

La presencia, capacidad y fuerza de los franciscanos es notable en toda la región peninsular. En Valladolid, por ejemplo, se encuentra La Calzada de los Frailes, vía importante que comunica al centro de esa ciudad con el antiguo barrio de Sisal.

En pleno siglo XXI quedan, como gran huella de ese pasado doloroso y triste marcado por la dominación, muchos de los sitios que hoy se consideran clásicos por su presencia y construcción, y que hoy se han transformado en símbolos de cultura, religiosidad y fe para las nuevas generaciones.– José Cortázar Navarrete

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.