La memoria

Por Mario Barghomz

Resulta que hoy la ciencia (la Neurociencia) tiene ejemplos de cómo el exceso de memoria y de “recuerdos” nos impiden a veces vivir más en el presente. “No recordar tanto” viviendo a cada hora del día en el pasado, sino haciendo valer más el presente sería por supuesto más deseable para la mente. Sin embargo “a medida que el cerebro madura –dice Susan Greenfield, neurocientífica inglesa-, empezamos a evaluar el mundo según lo que ha pasado antes”.

El problema es que no siempre somos nosotros (nuestra persona) los que determinamos al cerebro y cada una de sus zonas o partes; sino el cerebro mismo a través de la mente quien decide o ejecuta aquello mismo que pensamos, decimos o hacemos. Valoramos el mundo de acuerdo a lo que nos ha pasado (nuestra propia experiencia), a lo que ya vivimos antes. Y de esta manera hacemos que el pasado choque con el presente.

En el universo de la psique muchas veces un desorden mental aparece porque el sujeto no puede dejar de recordar un evento desafortunado del pasado. Puede ser una violación física o una “educación” plagada de amenazas y castigos durante la infancia, o también la pérdida accidental (por supuesto desafortunada) de un padre, un hijo o un hermano. Esos recuerdos, si es que el sujeto desea realmente vivir, no deberían estar ahí.

Hasta hoy eran la terapia y el psicoanálisis los encargados de este desorden mental (de estos malos recuerdos); sin embargo, la Neurociencia lleva ya algunas décadas viendo cómo a través de la cirugía médica se pueden sacar esos recuerdos de ahí. Pero el problema es que no se trata de un mal del cerebro, sino de la mente, de algo que se genera en la psique de la persona de donde luego pasa a formar parte de su propio sistema neuronal, y que en lenguaje popular es a lo que llamamos “un problema del cerebro”.

Y si cerebro y mente están juntos, como Antonio Damasio ha intentado demostrar, una cosa es también la Neurocirugía y otra la Psiquiatría de donde puede también derivarse la Psicoterapia a la que dedico (junto a la Filosofía) últimamente mi vida.

Cada recuerdo es parte de uno, de algo íntimo y particular como nuestro propio cerebro. Todos los cerebros se parecen, pero no hay en el mundo de entre los más de siete mil millones de habitantes en el planeta, uno igual a otro. Cada cerebro es único dependiendo de la persona que lo posea. De ahí que cada mente tenga también el mérito de ser única.

En este sentido la memoria de una persona (sus recuerdos) es muy particular. De tal manera que el mismo evento recordado cincuenta años después por dos personas que hayan compartido el contexto, será distinto (en todo o en parte) en cómo se cuenta, se vio o aún se siente.

El problema de la memoria, insisto, es cuando ésta rebasa la realidad del tiempo presente. Cuando el mundo actual (la moda, la música, la educación, las costumbres, la fe, la moral, la política…) comienza a ser ajeno al gusto y forma del pasado, que parece superar el presente en que se vive.

“Todo tiempo pasado fue mejor”, dice un viejo dicho, hecho sin duda a medida de mucha (no toda) gente mayor, lo cual parece decir que la evolución del mundo (sus cambios) está equivocada, cuando quien está realmente ausente del mundo presente es un cerebro que ha entrado (años más, años menos) en un proceso degenerativo, de “demencia” –dice Greenfield-.

Una persona que vive más de sus recuerdos que de la realidad de su presente, evaluando al mundo en el que sigue viviendo a partir de su pasado (de su época como dicen), ha entrado en un proceso de deterioro mental, de confusión y pérdida paulatina de su identidad.

La memoria (remota e inmediata) es una de las partes más sustanciales del ser humano. Y cuando ésta es buena (activa y proactiva) llena el margen de nuestro Coeficiente Intelectual (CI). Pero cuando ésta se degenera, las emociones desordenan el estado anímico de la persona. Además del hecho de que la apoptosis neuronal en un rango de edad ya mayor, hará que la persona viva más el antes que el ahora. O como ya he dicho, suplante el mundo real (ignorándolo o despreciándolo) por el mundo de su pasado, el de sus recuerdos.

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