La naturaleza del tiempo

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Solemos hablar del tiempo sin pensar realmente demasiado en él, sino usando el término para determinar un ciclo o un período de vida o de algo, de un suceso como por ejemplo el de una guerra o el de un proceso como el de un embarazo o nacimiento. Podríamos hablar también por ejemplo del tiempo que ya lleva esta pandemia por la que aun atravesamos, o el tiempo que falta para que termine.

La vida es tiempo (el trabajo, la escuela, el ocio…) así como todo aquello cotidiano que tenga un periodo de caducidad o de existencia. Y para todo necesitamos tiempo; para crecer y desarrollarnos, para pensar, para descansar o hacer  un viaje. Tiempo que a veces tenemos (y aquí empieza el conflicto) aunque el tiempo mismo se tenga siempre, porque no se puede vivir en un tiempo sin que éste se tenga. El tiempo siempre estará ahí, en su más infinita abstracción porque el tiempo no tendría lectura si no hubiera un humano que se la atribuyera.

El tiempo siempre ha estado ahí desde que el Universo y la Tierra existen, aún antes de la aparición del hombre en el Planeta. Hablamos de catorce mil y diez mil millones de años. Pero fue el hombre quien con su aparición y a través de su vida y el relato de sus generaciones comenzó a darle lectura. Entonces el tiempo comenzó a tener una identidad menos abstracta porque los hombres le llamaron milenio, siglo, década, lustro, año, mes, día, hora, minuto, segundo.

Y fue entonces que comenzamos a entender su naturaleza y nuestra necesidad humana de contarlo a través de relojes que también (con el tiempo) han ido evolucionando.

Pero el tiempo más allá de nuestra lectura cronológica sigue teniendo una esencia abstracta, una matemática no real sino simplemente imaginada más allá de la posibilidad de todo número. Hablamos de un tiempo cósmico ajeno a todo periodo de vida humana. Más allá de la creación misma de nuestro universo. Tiempo que además en la matemática de Isaac Newton o Albert Einstein para la física de la relatividad o la gravedad, cobra también dimensiones fuera de toda lectura ordinaria o cronológica.

Aunque la física de la relatividad general de Einstein y la física de la gravedad de Newton toman su valor del tiempo; éste sólo puede ser medido en proporción a la energía, la masa y la velocidad fuera de todo canon natural de vida humana para la que este tiempo sería sólo en proporción a su existencia molecular (invisible para el ojo humano) y vida estrictamente biológica. Y es aquí precisamente donde aparece su esencia (no su presencia), su naturaleza cósmica y matemática sólo posible en los tres principios de la física relativos a la posibilidad de entenderlo, como explica Stephen Hawking: el principio (o flecha como escribe literalmente) termodinámico (relación entre energía, entropía y movimiento); psicológico (por lo que recordamos sólo el pasado, pero no el futuro) y cosmológico (que explica que el Universo se expande en lugar de contraerse).

Para las leyes de la ciencia —dice Hawking— no existe diferencia entre pasado y futuro. Podemos derivar de aquí una pregunta capciosa: ¿por qué recordamos el pasado pero no el futuro? ¿De dónde proviene su diferencia? Y todavía hasta comienzos del siglo XX, se aceptaba la idea de que el tiempo era absoluto. Hoy sabemos lo contrario: que el tiempo es relativo, registrado por cada “observador” en los relojes que llevan consigo.

Otro asunto que también inquieta es el dilema de la Física Cuántica que ha introducido la idea de un “tiempo imaginario”, y que sólo nos permite predecir fenómenos o acontecimientos (en el espacio-tiempo) en base al límite de su “principio de incertidumbre”.

Pero el tiempo es de Dios –dice Agustín, citado por Hawking-: “el tiempo es una propiedad sólo del Universo que Dios creó”. Y en este mismo sentido es que la teología filosófica habla del “tiempo de Dios” refiriéndose a todo aquello que le pertenece a Él. Es precisamente a este tiempo al que llamamos esencial, con la idea de atribuirle aquello mismo que sólo cuenta para Dios, fuera de todo calendario y de todo reloj cuántico. Fuera también de toda física y de toda ciencia del hombre más allá de su inteligencia y comprensión.

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