La noche del esquite

Salí contento del doctor porque confirmó mi condición de hipocondriaco. Lizi y los niños habían ido a comer una quinta rosca de Reyes — ahora con mi suegro —  así que estaba de chino libre hasta las nueve.

Enfilé la unidad rumbo a la García Ginerés. Estacioné con 200 pesos y oscuras intenciones. Esperaba, iluso, soledad en el Parque de las Américas: era lunes y las clases ya habían empezado. Los chiquitos deben estar en depresión y es imposible que haya cola en Arcoíris, pensé.

Pero no, allí estaba la banda. Fila de 20 ó 25 personas. Nunca he podido probarlos, sin embargo, esa paciente muchedumbre oteando la fila para ver cuánto falta, genera preguntas: ¿Qué magia oscura le untan al esquite junto la crema, el chile y la retahíla de ingredientes que ingresan al vasito de 25 pesos? ¿De qué cenote virgen sacan el agua para sancochar el maíz?

Impresionado, crucé y pedí dos tortas de “don Beto” (bueno, tres, la verdad) donde también se toman su tiempo para servir, aunque al final siempre hay recompensa. ¿Las ha probado? Calientan el pan, las aderezan con mayonesa barata y zanahorias curtidas. Mientras esto ocurre, jamón y queso se fríen en la plancha, ingredientes que se añaden al bolillo con carne asada. Créame, la gloria cuesta poco más de 20 pesos.

En lo que esperaba, me dio gusto ver el parque repleto y escuchar acentos de distintas partes para comprobar que vive la cochinita, tal y como lo hace esta gastronomía alternativa que no saldrá aún en los recetarios, pero que sí aparecerá en los recuerdos de propios y ajenos.

Y no, no me llené con las “dos tortas”. Cual gordo feliz, seguí el recorrido para pedir uno de esos machacados de guanábana que lo dejan a uno cursi por tres días y una marquesita con queso de bola y Nutella, de esas que incluyen diabetes. Vaya, no es para hacerlo todos los días, pero al final de algo hay que morirse.

A todas éstas, este rollo no tuve más chiste que contarles la gozadera que viví en la panza el pasado lunes. También me supo a venganza. La culpa la tiene mi nutrióloga, que no tiene la culpa de que yo sea goloso, pero que me mandó una dieta culera para empezar el año.

No voy a cambiarla, no obstante, decidí escribirle esto a manera de venganza infantil. También le mandé selfies con todo lo que estaba tragando porque soy un desmadre.
Y claro, por si tenía duda, sí terminé haciendo la cola paciente, oteando la fila cada cinco segundos para ver cuánto faltaba. Y claro, me zumbé un Arcoíris.

Elote es elote, dijo el de los granizados  — acaso celoso —  del éxito de aquel puesto. Antes, pensaba que todos salían chiflados del sitio nomás por el orgullo de haber hecho cola por más 45 minutos. Es mentira. Hagamos crecer la leyenda.

También saben a gloria.

Por Alejandro Fitzmaurice Cahluni.

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