La presión de hablar cuando no se debe

Por Marcial Méndez

Desde hace ya casi 3 años que escribo esta columna semanal. En todo ese tiempo no han sido pocas las veces en las que me ha costado trabajo encontrar un tema del cuál hablar, no por una falta de acontecimientos meritorios de un artículo, sino porque sentía que no tenía nada que decir sobre ellos o que no debía abordarlos, ya sea por no poseer una postura sólida/apasionada al respecto, falta de interés o, inclusive, sentir que carecía del conocimiento necesario para hacer una aportación valiosa y responsable.

Admitir y lidiar con lo anterior es complicado pero necesario. Complicado en la medida en la que se tiene un compromiso de periodicidad que no necesariamente corresponde con la frecuencia con la que uno genera y manifiesta sus opiniones en su vida cotidiana. Complicado también en cuanto a que sobre uno pesan expectativas (tanto propias como ajenas, reales e imaginadas) sobre la capacidad de abordar cierto tipo de temas con regularidad. En lo personal, siento que de los comunicadores de opinión se espera que tengan tal dominio de su profesión y del abanico de temas que suelen abordar como para que, invariablemente, siempre deban poder hablar de X cosa relacionada al ámbito de su columna/blog/canal/podcast/lo que sea. Esta presión se combina con la periodicidad que exigen sus plataformas y se acrecienta mientras más grande es ese escenario, más rigurosas son las restricciones sobre los temas que se tienen que hablar y más peso tiene su voz en el discurso público. Súmesele a eso la cuestión del ego y la autoimagen (el miedo a que la realidad no corresponda a la idea del opinólogo erudito e infalible) y ya con eso obtienes la fórmula perfecta para lanzarte a hablar de algo cuando no deberías.

Seguramente sí habrá un puñado de opinólogos excepcionales que siempre tengan la pasión, el conocimiento y la capacidad para hablar de X o Y tema cada día, semana o mes sin jamás defraudar. Pero en mi caso (e imagino igual el de muchos otros), no es así. Siempre habrá temas sobre los que no sepamos o por los que no nos interesemos lo suficiente. En esos casos es mejor ser honestos, admitir nuestra situación y callar o hablar de algo más. Porque, sin conocimiento, se corre el riesgo de dar una opinión irresponsable y desinformativa. Si no se tiene la pasión, es peor: la opinión resultante no podrá ser sino falsa y, por más “correcta” que pueda parecer la postura manufacturada, la ausencia de interés resultará, sí o sí, en una extremadamente peligrosa falta de crítica.

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