La retórica de Jane Austen

Por María de la Lama 

Una economista que me divierte, Dierdre McCloskey, dice que le gustan los libros de Jane Austen porque son pura retórica. Austen se caracteriza por escribir novelas costumbristas en las que describe la vida ordinaria de personajes de la clase media inglesa a principios del siglo XIX. Usualmente sus personajes son mujeres y la historia circula alrededor del matrimonio de la protagonista, o en general de sus relaciones con los demás personajes. Pero lo que le admira McCloskey es su manera de construir novelas moralistas, en las que gran parte de la tensión se sostiene sobre juicios éticos acerca de los personajes (x es buena persona, y fue un acto incorrecto) pero sin hacer explícitos estos juicios y sin hablar de cualidades morales. En vez de plantear un código ético, listar o sostener una serie de virtudes y vicios, Austen hace sentir al lector: a través de los diálogos y de la trama, hace que el lector sienta intuiciones morales acerca de sus personajes.

Dice McCloskey que este método es retórica pura, pues no se trata de argumentar y de obligar con la razón a que el lector llegue a conclusiones éticas, sino de generar sentimientos y así llevar al lector a donde ella quiere que esté: reprobando a George Wickham, admirando a Mr Darcy, queriendo a Emma. Austen no da lecciones ni pretende hacer ciencia social; solo genera reacciones en su lector: lo obliga a sentir y reconocer sus propias intuiciones éticas, y de ahí a hacer juicios por sí mismo.

La retórica suele referirse a las técnicas para convencer o persuadir, en contraste o además del objetivo de comunicar. Llamamos retórica a las formas en las que viene envuelto cierto contenido: ponerle atención a la forma del mensaje, porque no solo es la lógica lo que convence, sino también la apelación a sentimientos y a intuiciones que van más allá de la razón. Pero me parece incorrecta la oposición que establecemos entre retórica y razón. El objetivo de la razón, y de cualquier tipo de mensaje, es convencer: llevar a mi interlocutor a adoptar una creencia o a aceptar una conclusión. Pero, ¿por qué es el caso que un buen argumento defendiendo la bondad de x personaje, me obliga a adoptar esa creencia? ¿Qué de la razón, de la lógica, es lo que obliga? Solo la intuición de la la contradicción es repulsiva y debe ser evitada, o de que la prudencia es una virtud.

En ese sentido, dice McCloskey, toda la comunicación, hasta la lógica más fría y estricta, es retórica. En el sentido de que nada nunca, ninguna palabra a conjunto de palabras, te obliga a adoptar una creencia o conclusión. Las palabras son solo eso: palabras, sin contacto con la realidad y sin poder para obligarte a aceptar nada. Son las intuiciones lo que obliga. Y las novelas de Austen ilustran el poder de las intuiciones, soltando la pretensión de estar haciendo ciencia, lógica, algo más que pura retórica.

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