La salud humana

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Dentro de los bienes más preciados del hombre, sin duda el primero y ante todo lo demás que también desde lo humano deba apreciarse, incluso antes que la virtud del amor mismo, es el de la salud.

Porque cuando un ser humano pierde la salud, y hoy por extensión sabemos que no solo física y orgánica, sino también mental y emocional, la vida deja de tener sentido. Sin salud un cuerpo (un ser) no solo deja de ser vital, sino debidamente animado. La enfermedad (cualquiera) mina no solo la salud de una persona, sino su ánimo y su voluntad, su gozo y su alegría de vivir.

Una persona sin salud pierde la perspectiva, la objetividad de su visión y sentido del mundo. Sentirse cansado, no estar de ánimo ni de humor, obedece por lo regular a no sentirse bien de salud.

Los síntomas por enfermedad siempre traen molestias. Ningún dolor por más mínimo puede dejar que actuemos justa y adecuadamente. Con la enfermedad aparece la angustia, la cólera, el disgusto por la vida, la tristeza, las lágrimas, la desesperación y el pánico. Un enfermo emocional, por ejemplo: es un ser desquiciado, suicida y perdido. Este enfermo no acuerda, juzga, no habla, grita, no pide, demanda, es un ser sin paz en constante pugna con los demás (contra los demás) y consigo mismo.

Es la salud la que nos permite estar activos, de buen ánimo. La que nos permite disfrutar del día, como sea, con mucho o con poco, no importando nuestra situación social. Es la salud la que nos deja o nos permite hacer planes, proyectar un futuro o recordar de manera grata nuestro pasado.

La enfermedad nos lastima, nos fastidia y nos confunde, nos enoja cuando se vuelve recurrente, crónica o grave. Sobre todo cuando es horrible y violenta.

La falta de salud suele volver al enfermo insoportable, y son los otros (los sanos), los que ante el disgusto, tendrán que entender lo que sufre el enfermo. Con la enfermedad se pierde el instinto, la sensibilidad y el gusto por todo aquello que amamos y en plena salud disfrutamos.

La enfermedad nos roba el carisma, la compañía de los otros y la oportunidad de compartir lo que sin salud no se comparte. La misma enfermedad nos aleja y nos aparta. ¡Déjenme solo, dice el enfermo! Está durmiendo, necesita descansar, dice el médico.

Son pocos los enfermos que se crecen ante la gracia del dolor y hacen de su mal su fortaleza. Fue Nietzsche el que por primera vez dijo: “lo que no nos mata nos hace más fuertes”. Filosofía que en la mayoría de los casos simplemente no aplica. El enfermo que sufre (en el hospital o en su casa), más que apelar a su propia fortaleza, solicita la compasión y la comprensión de los otros. ¡Qué no ves que estoy enfermo! –dicen-.

Y es que estar enfermo literalmente nos quita la vida, nos arrebata el día, y por la noche, toda enfermedad nos tortura. Sin salud poco o nada se hace; no se trabaja, no se estudia, no se viaja, no se duerme…no se ama. ¡Sin salud no se está en paz!

Sin salud el hombre no es nada, no es nadie. Todo el dinero que tenga no le devuelve a veces la salud a un “Mamón”. Haga lo que haga, pague lo que pague, vaya a donde vaya, con los mejores médicos o a los mejores hospitales, la salud depende del organismo mismo, de la intervención a tiempo o del cuidado previo (sobre todo) que cada hombre establezca con su propio cuerpo.

Cuidar nuestro cuerpo como se debe, física y orgánicamente. Cuidar nuestros sentimientos, las emociones para que no nos lastimen, ser más justos con lo que sentimos, cuidar nuestra alma, nuestros pensamientos para que no se desborden ni sean tan rígidos, para mostrarnos más sensibles, tolerantes y abiertos. Todo ello mantendrá nuestra salud en un estado ideal y perfecto. De otro modo, sufriremos siempre las consecuencias de la enfermedad…la que sea.

No culpemos a la vida o al mundo, a la mala suerte o al destino por lo que a veces nos pasa. Veamos en nosotros mismos (si es el caso) qué hicimos para estar enfermos. ¿Qué no entendimos o no comprendimos con nuestro propio deber de cuidarnos?

En el gran entorno humano y ante Dios mismo, somos nosotros (no los demás) los responsables directos de nuestra propia salud.

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