La vida en pausa

Por Carlos Hornelas

Mientras estamos en confinamiento, esa especie de letargo inducido para una posterior reanimación, mientras la reclusión prolongada nos impulsa paulatinamente a abrazar nuestros barrotes viendo desde dentro como la vida sucede en las afueras, mientras los ruidos de la calle se reducen a su mínima expresión, el tránsito local se mueve lento y la vida parece estar en pausa, nos damos cuenta que no es así.

A reserva de lo que pueda representar el regreso a la normalidad o a la nueva normalidad o como quiera llamársele, hay una serie de cuestiones que en medio del confinamiento han desbordado los límites de nuestros hogares.

Estados Unidos tiene una crisis de polarización que impregna toda la vida social. El declive de la economía, la crisis de derechos humanos, los nuevos brotes, las reaperturas de negocios que multiplicaron los contagios, la intolerancia a los discursos de odio y por supuesto, las elecciones en la puerta han hecho de ese país un verdadero polvorín.

En particular, en América Latina, la última frontera por la cual el virus terminó su vuelta al mundo, vivimos tiempos desesperados. La crisis sanitaria, según reportes de la OMS está por triplicar el número de decesos en el mejor de los casos y convertirse en el área con mayor concentración de infectados en el mundo. Claramente se ha advertido: esto apenas comienza.

Si en el confinamiento tenemos “calma chicha”, al abrir la puerta nos espera todo aquello que habíamos reservado para su atención en un momento posterior. Recordemos que antes del paréntesis los focos rojos empezaron a encenderse en toda la región. El silencio actual de las calles contrasta con el barullo de fines del año pasado con la ocupación de las avenidas con los  cacerolazos en Argentina, los manifestantes en Bolivia, los estudiantes en Chile y así por el estilo en el resto del continente.

En Ecuador el descontento inició cuando el Estado decidió cortar el subsidio a los combustibles, lo que elevó la tensión de los sectores populares al grado tal que tuvo que retractarse pensando que así se contendría la crisis, no obstante, fue recibido como una burla y escaló el problema.

El episodio de Evo Morales y sus esfuerzos porque se interpretara la Constitución de su país a su favor y le permitiera contender por un nuevo período, levantó las voces de la oposición y diversos sectores sociales. En México fuimos parte de la trama de esa historia que ha dejado pendiente su resolución, como cuando los actores esperan en las piernas del escenario a que se les dé entrada.

Chile acababa de despertar de un sueño, la otrora envidiable economía de la región, la calificada como la Suiza americana, terminó en pesadilla: hoy sufre la precariedad de las instituciones de salud, la carestía, el incremento de la desigualdad, un estudiantado protestante, contestatario y contenido por la pandemia que ha significado el sofocamiento de la llama inicial del movimiento de indignación social que tuvo su punto más alto en las explosiones del metro.

En Colombia, la reducción de salarios del año pasado y el rumor sobre medidas encaminadas a eliminar la obligación de las aportaciones estatales al sistema de pensiones, reunió a sindicatos, grupos de estudiantes, maestros y otros sectores sociales a tomar las calles.  A ello sobrevino una ley seca, el toque de queda y algunas otras acciones que al llegar la pandemia desarticularon la ebullición inicial.

Nos queda pendiente El Salvador, Brasil, Venezuela y Argentina con sus propias crisis. En plena pandemia estamos en el ojo del huracán.

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