Las calles de la capital yucateca, sus historias y leyendas

Al recorrer las calles del primer cuadro de la capital yucateca llama la atención una bella edificación que data del siglo XVIII, que fue la residencia del empresario Darío Galera, desde el que se envió el primer mensaje telegráfico en Yucatán, el 12 de noviembre de 1865, además de que fue el lugar en el que se hospedó en su visita de ese mismo año la Emperatriz Carlota. Sin embargo, el lugar fue más conocido porque albergó un establecimiento que vendía puros cubanos de la marca “El Gallito”, de donde adquirió el nombre esta esquina, una de las más emblemáticas de Mérida por estar ubicada en el cruzamiento de las calles 63 por 60, frente a la Plaza Grande.

En otro de los cruzamientos del primer cuadro, luce espectacular la Casa del Alguacil, que se construyó en el siglo XVII, y tuvo como primer propietario el conquistador Don Cristóbal de San Martín. En 1783, fue la casa de José Fernández Cano Bingas de Alvarado, que era el alguacil mayor de Mérida, cargo equivalente al del jefe de la policía municipal.

La cárcel pública, se narra en la página Mérida de Yucatán, se encontraba en lo que hoy es el Pasaje Picheta, así como la oficina de gobierno, por lo que su ubicación era estratégica.

Originalmente el inmueble se construyó en una sola planta bajo una arquitectura colonial, y posteriormente pasó a ser propiedad de la familia Argaíz, cuyos descendientes ampliaron la casa, construyéndole un segundo piso que utilizaron para su vivienda, y en la planta baja se destinó para bodegas y tiendas, mientras que, en el acceso principal se cuenta con un marco de piedra labrada, que en la actualidad es el acceso a una tienda de artesanías.

Enfrente, se encuentra la antigua casa de los Fundadores de Mérida, donde hasta hace unos años funcionó el restaurante el Louvre, de grata memoria para los trasnochadores que en este lugar disfrutaban de los sándwiches club y de otras especialidades a cualquier hora del día.

En ese lugar se cree que en tiempos de la fundación de Mérida existió un cerro o un montículo, que se dice era un monumento prehispánico semioculto por la maleza.

En los primeros años de la colonia se ofreció un solar a quien ayudara a nivelar el terreno, pero hasta el año 1579 había datos que indicaban que el cerro se mantenía en el terreno, que en 1611 el encomendero Juan de Argaíz había incluido en su testamento. Esto en relación a una casona que se encontraba en la esquina, la que quedó en posesión de varias generaciones hasta que en el siglo XIX paso a formar parte de las propiedades de la familia Guerra.

Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Cortesía

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