Las fiestas de Itzimná: Las más antiguas y mejor celebradas

De las mejores y más concurridas en la década de los 40 eran consideradas las fiestas que se realizaban en el pueblo de Itzimná, donde en su campo de béisbol los fines de semana se jugaban los partidos de la Liga Peninsular, inolvidables para quienes de niños vivieron anécdotas que siguen disfrutando como si fuera ayer.

En su libro “Recuerdos de mi infancia”, don Raúl Emiliano Lara Baqueiro, originario de Hopelchén, Campeche, narra cómo fue su encuentro con la capital yucateca y en especial con este barrio, donde antes estuvo el adoratorio del dios maya Itzamná, y que describe como un lugar con mucha vida, alegría y colorido.

-Era más que un barrio, era un verdadero municipio, que se encontraba separado de Mérida por grandes trechos de montes y pequeñas haciendas, con lujosas casas residenciales de gente que buscaba la realidad y la paz del campo– indica en obra que fue editada en 2014 por el abogado Carlos Jure Barrera, y que de gran importancia es para revivir estas páginas del pasado que nos dan una idea de cómo era la vida cotidiana en la Mérida de antaño.

Los horarios de los camiones en ese entonces, narra Lara Baqueiro, eran poco organizados e ineficaces, de modo que pasaban sin horario específicon lo que no era algo que afectara a los habitantes del lugar, que contaban con mercado y tiendas bien surtidas de las que se abastecían al igual que con una iglesia en la que todos los martes se daban cita numerosas quinceañeras que soñaban con matrimonio.

Se trata de la Iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, la que fuera edificada en 1710 y donde se veneró por años al Cristo de las Esquipulas y que estuvo dedicado a San Miguel Arcángel hasta 1944, y que en la actualidad es una bella muestra de la arquitectura franciscana del siglo XVI, donde aún se conserva la pila bautismal, de la pequeña capilla que se construyó en 1572.

En la mente del niño, que entonces era Raúl Emiliano, no queda claro si en el santo recinto había un santo casamentero, pero rememora que los martes se formaba una romería de muchachas, que desfilaban desde la tarde y hasta la noche, mientras los muchachos se ubicaban en el atrio gozando del desfile.

-Muchos romances florecieron en el lugar apacible y tranquilo, hasta que un nuevo párroco consideró estas visitas sacrílegas e irrespetuosas– relata.
Acerca del parque de pelota, recuerda, este se encontraba donde se levantó el Colegio Montejo, y era el lugar donde inició la afición de muchos chiquillos, que como él cada domingo acudían al partido aún teniendo solo los centavos para pagar su medio boleto en galería soleada, por lo que el regreso a casa (en Mejorada), lo hacía junto con sus primos y amigos a pie.

-Eran 5 o 6 kilómetros o más porque no había una calle que comunicara de manera directa ambos parques y se requería rodear patios y solares para lo cual el recorrido incluía tramos del Paseo Montejo o de la colonia Jesús Carranza, que en ese entonces tenía caminos pedregosos y casas de paja y embarro– recuerda el autor, quien con lujo de detalle habla de los juegos que se instalaban en las ferias de Itzimná, que eran muy concurridas, y donde se vendían una gran cantidad de dulces, frutas y antojitos, y donde no podían faltar las carpas de tandas, con aquellos artistas que nacían, vivían y morían en este tipo de espectáculos populares sin progresar y de las que pocos abandonaban para buscar mejores horizontes.

Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Cortesía

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