Las mentiras y verdades reveladas por nuestra reacción a la Caravana Migrante

La migración centroamericana es un proceso mucho más amplio que esta caravana y que lleva ya décadas de existir

Para mis tías

Dice el poema que nadie se va de su casa a menos que su propia casa sea la que los persiga. Parece una idea de sentido común. He tenido que vivir en sillones prestados por suficiente tiempo ya para saber que no tener casa —un lugar propio, aunque sea un cuarto donde tener tus cosas, donde tenerte ati mismo— conlleva una zozobra gigantesca. ¿Quién quisiera abandonar su propia casa? ¿Quién quisiera dejar de tener una?

Dice el poema que nadie abandona su casa a menos que su casa sea la que los persiga con fuego bajo los pies. Que nadie corre hacia la frontera a menos que vean a la ciudad entera corriendo hacia allá. Que nadie pone a sus hijos en un bote, o en este caso, una lancha de llantas, a menos que el agua sea más segura que la tierra.
También dice que nadie aguanta insultos —”regrésense prietos”—, miradas de desprecio, o miradas de lástima, a menos que los insultos y las miradas sean más fáciles de soportar que un miembro mutilado, o que catorce hombres entre tus piernas, o, en este caso, que tus hijos sean secuestrados por pandillas para ser convertidos en sicarios y ser retenidos lejos de ti.

Pero al parecer con tanta confusión (miedo) que aparece en nuestras opiniones se nos olvida que nadie abandona su casa por gusto. Y era de esperarse que siendo un país —porque nos falta muchísimo para aspirar a ser un pueblo— que ha enviado a millones de migrantes a una nación vecina entendiera mejor la violencia del destierro. Pero a pesar de haber producido una de las diásporas más grandes de la historia registrada, de que haya 12 millones de mexicanos en Estados Unidos y más 30 millones de estadounidenses con ascendencia mexicana, y de que prácticamente todos tengamos parientes en Denver o Chicago o Dallas o Bakersfield, nuestro trato hacia los centroamericanos ha sido menos que hospitalario. Muchísimo menos que hospitalario.

Pero siempre nos han dado miedo los extranjeros, los diferentes. No solo a los mexicanos: así somos todos. Estamos condicionados para encajar y para sentir que nosotros sí pertenecemos tiene que haber gente que no pertenezca. A nuestro nivel socioeconómico, por ejemplo, o a nuestras aspiraciones y estilos de vida que creemos merecer. O que no pertenezca a nuestro proyecto de nación —ese imaginario tan frágil que incluye, en nuestro caso, sentirse orgullosos por la comida y la bandera y la fiesta y la elusiva mexicanidad—.

Y al parecer estas actitudes de odio y miedo hacia los diferentes han estado ahí desde siempre y no parece avistarse tiempo en el que se acaben. Porque tienen un truco para poder permanecer a pesar de los esfuerzos de nuestros mejores pensadores y nuestras mejores activistas y nuestros sistemas políticos cada vez más refinados y más progresistas: estas actitudes son insidiosas. Se esconden detrás de laberintos de ideas y palabras y otras actitudes.

Y hemos aprendido a callar que no queremos a los centroamericanos porque los consideramos inferiores a nosotros, o amenazadores, o ambos, y hemos aprendido a decir que estamos preocupados por la economía. Que estamos preocupados por nuestros trabajos y por nuestras familias y por nuestra seguridad. Que se pongan a trabajar en sus propios países, bola de flojos. Que no son gente como uno.

Lo mismo que dicen los americanos de nosotros. Luego somos tan obvios que es pasmoso. Y hemos aprendido también a no ver nuestro propio racismo, de la misma forma en la que no podemos oler nuestro propio mal aliento, de la misma forma en la que los gringos no ven el suyo aunque para nosotros sea tan evidente. Pero nos da miedo confrontarnos a nosotros mismos, obvio. Nos damos miedo nosotros y nos dan miedo los extranjeros. Así cómo.

En fin. Tomemos la caravana migrante, por ejemplo, y su excesiva mediatización en un momento tan oportuno, cercano a las elecciones del midterm americano. Tomemos los análisis mediáticos de la caravana y lo que dijeron los opinólogos en la televisión y mis tías en la reunión familiar y un montón de desconocidos en Twitter y Facebook: hay muchos mexicanos sin trabajo y estos centroamericanos vienen a quitarnos los que ya tenemos. Nayarit está en crisis y nosotros volteando a ver a los migrantes.

“Nos quitarán nuestros empleos”

Y al parecer estamos tan preocupados por la situación laboral en México que no hemos tenido tiempo de informarnos que el índice de ocupación en el país es superior al 95% (con todo y las deficiencias de la medición), y que las siete mil personas de la caravana representan el 0.01% de las 55 millones de personas de la población económicamente activa en México.

Dudosamente, además, todas las personas de la caravana buscan trabajo. Hay muchos niños, muchos de ellos sin acompañamiento, en esta caravana y en las que le han precedido. Y así, estas siete mil personas representan el 0.005% de los 120 millones de personas que habitamos este país.

Difícilmente podrían producir un impacto ni en la densidad poblacional, ni en la economía ni en los índices de ocupación laboral, y un país de este tamaño que no pueda encargarse de ese número de gente tiene problemas mucho más grandes que el de la ocupación laboral. Pero es fácil olvidarse del panorama cuando lo que nos preocupa, y lo único que podemos ver, es nuestra propia precariedad, y es más fácil echarle la culpa de ella a quién no tiene forma de defenderse que exigirle cuentas a quién sí tiene forma de influirla.

Y se nos parece olvidar también, al parecer, que la migración centroamericana es un proceso mucho más amplio que esta caravana y que lleva ya décadas de existir.

La frontera entre México y los países de Centroamérica siempre se ha considerado porosa, debido a la movilidad de personas por temas económicos y familiares. Según investigadores del Colegio de México, el Instituto Nacional de Migración (INM) registra 140 mil eventos de centroamericanos año con año. Según estimaciones de Manuel Orozco, de The Dialogue, en 2016 migraron 63 mil personas de Guatemala a Estados Unidos, 60 mil más de Honduras y 39 mil de El Salvador, la mayoría a través de México. Según datos del PEW Research Center, el 16% de la población de Honduras ya vive en Estados Unidos. Lo mismo es cierto para el 10% de la población de El Salvador y para el 6% de la población de Guatemala. Pero, ¿por qué tanta gente abandonaría su casa?

Por pobreza y violencia, básicamente

En Centroamérica las pandillas han proliferado en los últimos años y se han vuelto tan poderosas que ordenaron un paro de transportes en El Salvador en 2015. El índice de homicidios en Guatemala es de 27 ocurrencias por cada 100 mil habitantes, en Honduras es de 56 y en El Salvador de 82. A modo de comparación, el de Estados Unidos es de 5 y el de México, incluyendo la enorme violencia de la guerra contra el narco, de 19.

En 2016 el índice de homicidios del estado de Guerrero alcanzó el valor de 85.7 y en el periodo 2008-2009, Chihuahua tuvo un índice de homicidios de 108.5. Yo viví esos años en Chihuahua y después de experimentar pérdidas y secuestros de seres queridos, balaceras cercanas y una sensación constante de paranoia no puedo imaginar lo que es para los salvadoreños aguantar niveles similares de violencia por años. Simplemente te carcomes por dentro.

Por si esto fuera poco, las diferencias en oportunidades económicas entre países son abismales. A pesar de que el PIB per cápita es un indicador sumamente sesgado, pues no siempre mide la distribución equitativa de la riqueza, el hecho de que el de México sea el doble que el de los países centroamericanos y el de Estados Unidos sea seis veces mayor atestigua acerca de la enorme desigualdad en la región, desigualdad que responde tanto a la historia interna de los países como a las fuerzas de comercio y política globales.

¿De dónde sacamos entonces que todos, o la mayoría, de los migrantes centroamericanos son delincuentes, o que vienen a afectar la economía mexicana? ¿En dónde se nos perdió la hospitalidad que esperaríamos de alguien que ha sido forastero en tierra ajena? Pero es común para la gente asustada perder la perspectiva por un detalle. ¿Quizá tenemos tanto miedo de perder los pocos privilegios que sentimos nuestros para detenernos a examinar la realidad? Una realidad que es enormemente cruel para ellos.

Porque dice el poema que nadie abandona su casa a menos que su casa los persiga con fuego bajo sus pies, pero lo que le falta decir es que nadie espera huir de su casa para enfrentarse a trampas de tortura en el camino. Porque se estima que el 70% de las 45 mil mujeres que cruzan año con año la frontera con México provenientes de Centroamérica son violadas, y los secuestros por parte del crimen organizado mexicano son frecuentísimos. Varias fosas masivas con cuerpos de migrantes han sido descubiertas en el territorio nacional y encima tenemos la sinvergüenza de expresarnos de ellos cómo lo hacemos.

.Texto: Alberto Hernández Armendáriz
Foto: Cortesía

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