Las pestes que ha sufrido la Península

Dramáticas resultan las descripciones del panorama al que se enfrentaron los habitantes de la población de Pomuch, cuando en 1918 sufrieron una epidemia de influenza.

Este relato fue publicado en redes sociales por el señor Lázaro Hilario Tuz Chi, quien a su vez rememora lo que su padre y abuelo le contaron acerca de esta terrible situacion, que aunque cruda, puede servir de mucho para tomar consciencia de este momento en el que las autoridades piden la cooperación de la sociedad para no salir a la calle y evitar posibles contagios de coronavirus:

Mi abuelo Abelardo Tuz, tenía 18 años, cuando la pandemia de influenza cayó y, en el poblado, morían familias enteras. La gente se moría de pura tos, dicen que les salía sangre en su boca y se ahogaban con ello. La bisabuela Prudencia Couoh, a quien de cariño llamábamos “Mich”, la madre del abuelo, lloraba mucho al ver tanta desgracia, pero aún tenía fuerza y dicen tenía como labor alimentar como nodriza a los niños de los ricos del pueblo.

El abuelo Abelardo, para entonces, estaba por hacer su servicio militar, como todos los muchachos de su edad, es así que ante la dimensión de la pandemia y los muertos que se contaban por decenas, fue llamado junto con otros muchachos por las autoridades del pueblo a cargo de don Pastor Sosa, Jefe Político de Pomuch para “bajar” a los muertos.

Decía que cuando llegaban a las casas, estaban las hamacas colgando y en ellas estaban familias completas muertas ahí mismo, unos en el suelo, otros sobre sus sabanas, otros en sus hamacas, niños, jóvenes y ancianos, las pobres señoras abrazando sus rebozos, abriendo su boca como queriendo jalar aire, y ahí mismo se morían las pobres.

Así, con su machete, cuando entraban a las casas se disponían a cortar los brazos de las hamacas y ¡jeempuch! caían como fardos los pobre difuntos, con todo y hamaca, nadie había para llorar por ellos, se habían preparado unos palos de saramuyo y con ello, amarraban las hamacas, levantaban a los muertos y así, colgando, los llevaban al cementerio.

En las calles estaban amontonados los difuntos, los cargaban y los llevaban al cementerio nomas así con sus hamacas, sin sus cajones, porque ya no había tiempo ni de hacerles su santa novena, ni su padre nuestro, solo iban colgados en sus hamacas golpeando por los caminos las albarradas.

Hicieron un hoyo grande donde tiraban a los pobres difuntos, así con todo y hamacas, eran muchos los muertos, dice que murieron más de 200 personas.

Tan pronto evacuaban las casas donde morían las familias completas, y les prendían candela, y así se iban a buscar más muertitos en otros barrios, dicen que del barrio de San Gerón y San Pedro, hubo más muertos.

Fueron como ocho días así, a los pobres que no podían enterrarlos en el cementerio porque ya no había lugar los comenzaron a enterrar en los patios de sus casas, aun hoy hay tumbas en los patios de algunas casas de San Pedro y San Gerón, son de los pobres difuntitos de la “infrenza”, como entonces le llamaron de manera popular a esta enfermedad.

En hacienda Venaóx, todos murieron, hasta el capataz se murió, solo se salvaron tres personas que se fueron huyendo a los petenes, y no volvieron hasta como un año después. Eran los Cauiches, que solo comían ahí zapote y tomaban agua de las sartenejas.

Lo mismo fue en Hacienda Pom, en hacienda Cholul y en Sodzil, casi todos se murieron también.

El abuelo contaba también, escribió Lázaro, que los viejitos de Pomuch, al ver la manera en que se exponía le decían: “hijo, estas muy joven para morir, , te vas a contagiar y te vas a morir” aquí ya no hay remedio, todos nos vamos a morir”.

Ese fue además, el tiempo de la gran hambruna, donde el maíz escaseó, la gente buscaba en los montes los frutos de los árboles de ramó para alimentarse, y llego el tiempo de comer también los troncos y raíces del k’umche’ el bonete.

Fue grande la lamentación. Esta historia en parte ha sido contada por mi padre don Victor Tuz. Mi abuelo, don Abelardo Tuz, murió en 1982, a los 82 años, cuando yo tenía apenas 7 años. A casi cien años de distancia. Una nueva pandemia nos acecha, es preciso reflexionar la historia, estamos aún a tiempo de corregir el rumbo. ¡A quedarnos en casa!

Texto: Manuel Pool Moguel
Foto: Cortesía

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