Lealtad y desconfianza

Por María de la Lama Laviada*
mdelalama@serloyola.edu.mx

* Yucateca. Estudiante de Filosofía en la Universidad Panamericana.

Nos sentimos muy poderosos, pero un ser humano promedio enfrentado a un depredador salvaje tiene muy pocas posibilidades de salir ganando. Sí, un arma nos catapulta hasta arriba de la pirámide alimenticia, pero ¿qué tan peligrosa es un arma que puede construir un individuo promedio sin la cooperación de otros seres humanos? Aisladas, nuestras multitudes de neuronas no son tan útiles: lo que nos ha permitido llegar mucho más lejos que los demás animales es nuestra enorme capacidad para cooperar. Los humanos cooperamos, no solo con gente conocida y querida, como los animales que viven en manadas, sino también con grupos enormes de absolutos desconocidos. Muchas de las realidades más interesantes del mundo en el que vivimos son, fundamentalmente, muchísima gente poniéndose de acuerdo: el dinero, el lenguaje, los países, las religiones y el arte. Y todas estas realidades, toda cooperación, depende de la confianza. Confiamos en que el vecino, pudiendo engañarnos y desobedecer las reglas, va a cumplirlas.

Creo que la mayoría de los problemas en todos estos inventos humanos pueden entenderse como tensiones y heridas en esta fragilísima confianza: con que aparezcan unos cuantos síntomas en un solo eslabón, el virus de la desconfianza se desata y rompe cualquier cooperación. Podemos pensar, por ejemplo, en México como un grupo de millones de individuos desconfiados, poco cooperativos. No confiamos en nuestras instituciones, porque no confiamos en nuestros ricos, ni en nuestros pobres, ni en nuestros jefes, o empleados y, por supuesto, tampoco en nuestros gobernantes. Si no confiamos en que nadie cumpla las reglas, ¿por qué las vamos a cumplir nosotros? Quien pide confianza ciega es un iluso: ¿confianza en una élite insensible y ciega, en un gobierno corrupto e ineficiente, en una mayoría furiosa y desesperada? Confiar es una apuesta; no es gratis. Y la apuesta en México es muy arriesgada.

Para restaurar la confianza entre los miembros de un equipo alguien tiene que arriesgarse y confiar. También tenemos que recordarnos unos a otros los beneficios de cooperar, encontrando o reencontrando los objetivos comunes. Que la mayoría del país haya confiado en López Obrador y esté de acuerdo en un proyecto de nación, como parecen indicar las elecciones del pasado primero de julio, son factores que pueden empezar a curar la desconfianza mexicana. Pero hay actitudes de la administración que está por llegar que me parecen peligrosas: la guerra de López Obrador contra los actuales funcionarios públicos es casi sin matices. El PRIAN es todo lo mismo, el gobierno de las últimas décadas es corrupto, solo Morena es leal a México. El maniqueísmo de nuestro próximo presidente, su proyecto de “limpiar” el gobierno mexicano, cambiando PRIANes por morenistas, recuerda a una cacería brujas: o estás con él o estás en contra, o eres leal o eres traidor.

Ojalá López Obrador se dé cuenta de que repartir lealtad incondicional y cortar cabezas con el hígado es dañino para México. Primero, porque muchos no entendemos qué hace a los morenistas más dignos de confianza; ¿sólo el que sean los elegidos del mero mero? Y segundo, porque los miembros de un equipo, para colaborar, necesitan saber que sus méritos se van a evaluar de forma justa. Un presidente que busque limpiar de corrupción tiene que castigar solo a los culpables y confiar en todos los demás, sin favoritismos. La desconfinaza no se combate con desconfianza y preferencialismos, con meter a gente “leal“ y sacar a los traidores que le fueron leales al gobierno pasado. Se combate con transparecia, con información, con vigilancia y reconocimiento parejos. Demasiados mexicanos no son morenistas, y a ver quién coopera si se espera de él que sea un traidor.

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