Lecciones de Roma (tercera y última parte)

Por Esteban Sanjuán

Para cerrar esta serie, me refiero brevemente al asunto de la supuesta lentitud del filme mexicano, una opinión sin duda respetable (como todas las opiniones) pero limitada si se toman en cuenta muchísimas otras expresiones valiosísimas del cine universal.

Por supuesto, la película de Cuarón no ofrece el paso de escenas frenético al que muchos filmes nos tienen acostumbrados. Generaron también debate aquellas largas tomas de planos generales donde parece no ocurrir, y donde, sin embargo, ocurre todo. Hollywood, imposible negarlo, ha influido en los cánones estéticos de millones en el mundo entero. México no es la excepción.

No obstante, si se trata de medir todas las expresiones cinematográficas con la vara de la “meca del cine”, el resultado de la crítica será siempre pobre, mediocre y fragmentado. Hollywood existe a partir del séptimo arte. Ojo, nunca al revés.

La prueba está en las grandes obras cinematográficas que provienen de rincones muy lejanos a los Estados Unidos, propuestas que emocionan por su perfección técnica, la profundidad de sus premisas y la universalidad de sus historias, entre muchísimos otros factores. ¿Ejemplos? Vittorio de Sica, Akira Kurosawa, Stanley Kubrick, Jean Renoir, Federico Fellini.

Ciertamente, no es obligatorio gozar de las obras de estos directores –generalmente expresiones audiovisuales más complejas– para ser un auténtico amante del séptimo arte, pero sin ellas, sencillamente, sé es un cinéfilo carente de un compromiso total para con el arte que dice amar.

En ese sentido, un término parece el más adecuado para definir el trabajo ofrecido por Alfonso Cuarón: cine de autor, es decir, un estilo particular y personalísimo que, evidentemente, se aleja de lo convencional. Puede no gustarle a cien, a miles o a millones, pero esa percepción no invalida la gran expresión estética de la cual hemos sido testigos.

Anteriormente, afirmé que Roma será la película más importante de la mitad del siglo XXI. No soy crítico de cine, lo sé de cierto, pero una obra que nos ha marcado tanto, un filme al que nadie ha podido ser indiferente por tocar fibras sensibles, para bien o para mal, es una obra trascendente y poderosa.
Quizá por esto sobra decir que el Oscar terminará siendo indistinto para este filme.

Da igual el domingo como da igual que la califiquen de lenta.

Con o sin premios, Roma es inolvidable.

 

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