Los ánimos por las elecciones se están prendiendo cada vez más. Gente que se encontraba indecisa o no había querido manifestar públicamente su opinión, lo hace ahora. Con López Obrador en la cima de las encuestas, un Anaya que no abarca en su discurso a un gran sector de la población y un Meade desesperado porque no se le identifique con el partido que lo postuló y que está a punto de perder gran parte de su poder; alumnos, trabajadores, maestros, empresarios, campesinos y padres y madres de familia, entre otros, han sentido la necesidad de manifestar su apoyo públicamente a un candidato o, al menos, mostrar públicamente su rechazo a un candidato en específico y los motivos de ello.
El fin de esto, creo, es intentar cambiar la decisión de los votantes como yo, que no están 100% seguros de haber decidido, hasta ahora, correctamente. Otro fin puede ser intentar convencer a ese 15-20% de indecisos, con la esperanza de, en caso de Anaya alcanzar a AMLO, en caso de Meade intercambiar lugar con Anaya y en el caso de AMLO, obtener una diferencia aún mayor y posiblemente una mayoría relativa en el congreso.
También hay quien solo lo manifiesta con ganas de insultar, pelear y buscar próximos culpables de un sexenio del terror si no gana su candidato predilecto.
Creo que todos tienen derecho a manifestar su opinión y su apoyo a un candidato, pero respetando la opinión, decisión y argumentos de los demás. El respeto incluye una puerta abierta al diálogo, ya que la indiferencia a las opiniones y argumentos ajenos, o la anulación de la credibilidad de quién lo dice, son maneras de considerar al otro y a sus ideas, menos importante que las nuestras. Al fin y al cabo, su voto cuenta lo mismo que el nuestro.
Pese a que estoy a favor de que todos tengan la libertad de manifestar su opinión, creo firmemente que hay ciertas personas que no deberían hacerlo de manera pública en ciertos lugares. Suena paradójico primero defender la libertad de expresión y la apertura al diálogo para luego criticar a ciertas personas que lo hacen, ¿quiénes son ellas para no hacerlo? Gente que está al frente de una institución, organización o grupo, donde hay opiniones heterogéneas dentro de estas.
Es decir, rectores de universidades, presidentes de organizaciones, directores de instituciones, encargados, etc. Pero, ¿Por qué?
Es sencillo. Al estar a la cabeza de una institución, organización, universidad o escuela, son la cabeza de dicho grupo. Son los representantes, quienes llevan el nombre a todas partes. Hay trabajos que uno deja de ser cuando acaba su horario: el taxista deja de ser taxista cuando se baja de su taxi. Sin embargo, quien es representante de algo, lo es hasta cuando está sentado en la taza del excusado.
No hay ley que impida manifestar tu preferencia si eres la cabeza de algo, y tampoco creo que si llegan con algún rector y le preguntan “Y usted, ¿por quién va a votar?” no deba responder. Claro puede hacerlo. Pero no creo que esa persona deba hacer un llamado por ningún motivo a votar por cierto candidato, ni mucho menos aparecer públicamente en actos o spots de campaña. El problema es que cuando aparece su cara, no está apareciendo sólo esa persona, si no a quienes representan y ellos pueden tener preferencias muy distintas.
Para concluir y hacer más claro el argumento, aludo a varias infografías que circulan por las redes explicando lo que es la tolerancia en verdad, y cómo no hay que ser tolerantes a la intolerancia. De manera similar, la libertad de expresión de uno termina donde la del otro empieza. Esto no prohíbe a quienes están a la cabeza de algo manifestar su opinión a título personal, pero sí en eventos públicos, porque se es representante en todo momento y el manifestar esa opinión puede limitar a la de los otros, por sentir que si el jefe dijo algo, sus preferencias pudiesen tener consecuencias.
Por Renata Millet Ponce
milletrenata@gmail.com
* Estudiante de Ciencia Política en el ITAM y Pedagogía en la UNAM. Lectora, amante del mar y la navegación.
