Los humanos, extraños seres

Por Carmen Garay

En las horas finales del sexenio de Enrique Peña Nieto considero que también es pertinente un breve recuento, pero no de memes o escarnio de sus dislates discursivos, no se trata del simple recuento maniqueísta de lo bueno y lo malo del servidor público, sino una reflexión sobre los rasgos de humanidad -fragilidad, sensibilidad, afabilidad, preocupación- que permear un su desempeño al encabezar la gestión con más mexicanos muertos y desaparecidos en la historia.

La administración peñista comenzó tersamente y con gran regocijo con el pacto por México, que concitó a las principales fuerzas partidarias del país. la alegría debió desbordarse al firmar todas y cada una de las 11 reformas estructurales del país, con sus respectivas modificaciones constitucionales y leyes secundarias. sin duda se trató de un episodio histórico y radiante inmortalizado con senda portada de la revista Times y el ahora famoso “Saving México”.

Pero así como lo vimos reír ampliamente, no tuvimos muchos rasgos de sus reacciones ante las grandes tribulaciones nacionales. Considero que tampoco está fuera de lugar suponer que el hombre Enrique Peña Nieto, se ruboriza al escuchar la cifra oficial “37mil 485 desaparecidos”. Seguramente, el todavía jefe del ejecutivo federal se conmovió al saber los detalles de las masacres de Tlatlaya, Chilpancingo, San Fernando, más allá de balconeo internacional por los señalamientos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, entre otros organismos. Saber de miles de fosas clandestinas tal vez le arrancó una lágrima. Quizá sintió ahogarse en llanto y desesperación al mirar imágenes en redes sociales con el cadáver de Miroslava Breach, Javier Valdés y todos los periodistas asesinados impunemente.

Lo que sí estuvo a la vista de todos fue el cambio en el semblante de nuestro primer mandatario, sus ganas y ojeras, así como su delgadez marcada. Fue un hombre atribulado, quiero creer que los políticos encumbrados, siguen siendo seres humanos. No porque me solace su pena, sino porque su humanidad me da esperanza de que podrían venir otros tiempos mejores, con más sinceridad, no cinismo; más afabilidad, no escarnio; más empatía, no indolencia.

La próxima columna ya estaremos con otro extraño ser humano al frente del país. Tiene a su favor, para mí, las canas y las ganas de hacer cosas mejores, quizá lo logré. Oalá que las amargas experiencias vividas juntos en sociedad, tenganp

buenos frutos y nos permitan una mirada intensa pero al mismo tiempo, mirada comprensiva al hombre que se sentará en esa silla presidencial.

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