Los negociadores que intentan rescatar el TLCAN

Una es académica, experiodista que ha viajado por el mundo y, quizás algún día, primera ministra de Canadá. El otro es un abogado republicano que trabajó como asistente del personal del Congreso, representó a la industria del acero y ha realizado acuerdos comerciales en Washington desde la década de los ochenta.

Durante más de un año, Chrystia Freeland, la ministra canadiense de Relaciones Exteriores, y Robert Lighthizer, el representante comercial de Estados Unidos, han estado enfrascados en intensas negociaciones para reescribir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Mientras que el presidente Donald Trump amenaza con firmar un acuerdo solo con México para el 30 de septiembre y dejar fuera a Canadá, ambos negociadores —con antecedentes, enfoques y prioridades muy distintos— están sometidos a una intensa presión para llegar a un acuerdo que pueda superar el escrutinio político en ambos lados de la frontera. Si tienen éxito, habrá sido el resultado de una alianza

improbable que procura rescatar puntos en común en el momento más turbulento en las relaciones entre Estados Unidos y Canadá desde hace décadas.

“A veces, Bob y yo bromeamos sobre que podríamos intercambiar sillas, conocemos a la perfección la postura del otro”, dijo Freeland durante una pausa en las reuniones con Lighthizer este mes.

Freeland, quien ha pasado las últimas semanas viajando entre Canadá y Washington, llegó a la capital estadounidense el 19 de septiembre y —como ya es costumbre— se fue la noche del día siguiente sin haber llegado a un acuerdo. Después de dos largos días de conversaciones con Lighthizer, Freeland dijo que están trabajando en “temas difíciles” y sostuvo que lo que impulsaba las discusiones no era cumplir con la fecha límite —fijada para el final del mes— sino llegar a un acuerdo que sea justo para Canadá.

Sin embargo, las negociaciones, tensas desde el principio, se han vuelto cada vez más tirantes. Ambos bandos luchan por obtener concesiones mientras que procuran no dar la impresión de que haberse rendido políticamente.

Para disgusto de los canadienses, Trump ha reprochado de manera pública —y en ocasiones hasta con regodeo— el trato que Canada le ha dado a Estados Unidos, en particular a sus productores de lácteos.

Después de la cumbre del Grupo de los Siete, en junio, el presidente estadounidense calificó a Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, de “deshonesto” y “débil”. El gobierno de Trump le impuso aranceles al acero y aluminio canadiense, porque asegura que esas importaciones amenazan la seguridad nacional de Estados Unidos.

El año pasado, después de ser nombrada ministra de Relaciones Exteriores, Freeland dio un discurso en el Parlamento en el que habló del papel crucial de Canadá en la defensa de los derechos humanos, el multilateralismo, la democracia y el comercio exterior en el mundo. Freeland sugirió que Canadá era requerida para llenar el vacío que dejaba Estados Unidos al retirarse de su rol como líder mundial. Insistió sobre el mismo tema durante un discurso pronunciado en junio en Washington, en el cual advirtió: “Si algo nos dice la historia, es que ninguna nación tiene preeminencia eterna”.

Freeland declaró a la prensa que le dio una versión de su discurso a Lighthizer, pero no dijo cuál fue su respuesta. De acuerdo con personas familiarizadas con este episodio, algunos funcionarios del gobierno estadounidense —que ya comenzaban a ver con reservas a Freeland por su acercamiento a legisladores a favor del libre mercado— estaban sorprendidos por lo que consideraron un ataque directo al presidente.

Las personas que han asistido a las reuniones describen las discusiones entre Freeland y Lighthizer como cordiales, aunque marcadas por los desacuerdos sobre temas como las protecciones canadienses a los lácteos, un mecanismo de controversia del TLCAN y la propiedad intelectual de Canadá.

Quienes conocen a Lighthizer desde hace décadas dicen que prefiere operar tras bambalinas.

“No me parece que esté queriendo destacar en la prensa ni buscando una oportunidad más grande; su trabajo es hacer lo que está haciendo”, dijo William E. Brock, quien fue representante comercial de Estados Unidos durante el gobierno de Ronald Reagan.

“Creo que siente que puede lograr más al enfocarse en esa labor”, dijo Brock, quien también fue senador republicano de Tennessee.
Freeland, en cambio, se ha convertido en una figura pública popular en Canadá. Es conocida por llegar en bicicleta a los eventos; antes de subir al podio se escabulle al baño para cambiarse la ropa de ciclismo.

Con la ayuda de un grupo de tías, en constante rotación, ella y su esposo, Graham Bowley, un reportero de The New York Times, crían a sus tres hijos. También se sabe que suele tener reuniones en su casa que se transforman en cenas de trabajo.

Freeland tiene cincuenta años y creció al norte de la provincia de Alberta, en una granja de canola y en una cooperativa feminista ucraniana.

Ingresó a la política canadiense sin ninguna experiencia en negociación de acuerdos comerciales internacionales. La versión revisada del Acuerdo Transpacífico que firmó Canadá está basada en las negociaciones que se hicieron durante el gobierno conservador anterior.

Aún así, a Freeland se le reconoce haber salvado un pacto comercial con la Unión Europea, que llevó años negociar. En las conversaciones finales del acuerdo, en 2016, cuando un parlamento regional en Bélgica objetó algunos de los términos que se debatían, Freeland abandonó el lugar visiblemente frustrada. Su salida ayudó a sacudir a Europa, que cedió, y el acuerdo se firmó poco después.

Lighthizer, de setenta años, tiene un historial mucho más largo en cerrar acuerdos comerciales. En la década de los setenta, trabajó en asuntos comerciales y fiscales como jefe de personal del senador Bob Dole en el Comité de Finanzas y más tarde se convirtió en el representante comercial adjunto del gobierno de Ronald Reagan. Ahí se enfocó en temas agrícolas e industriales, así como en cerrar acuerdos comerciales bilaterales; una experiencia que le ha sido útil durante el gobierno de Donald Trump.

Cuando dejó su puesto en el gobierno, Lighthizer aprovechó su experiencia legal para defender a compañías de la industria del acero, que había sido diezmada por la globalización y el traslado de la manufactura a otros países. Presentó demandas en nombre de corporaciones, como U.S. Steel, que buscaban protección gubernamental ante el embate de la competencia extranjera.

Aunque por lo general procura mantener un perfil bajo, Lighthizer no teme hacer evidentes sus tendencias proteccionistas. En una columna de opinión publicada en The New York Times en 2008, Lighthizer atacó las “políticas desenfrenadas de libre mercado” del senador John McCain, el entonces candidato republicano a la presidencia, y argumentó que esa filosofía estaba convirtiendo a China en una superpotencia a costa de Estados Unidos.

Durante su audiencia de confirmación en 2017, Lighthizer dijo que estaba de acuerdo con la política comercial de Trump resumida en el lema “Estados Unidos primero”.

En el Congreso, Lighthizer es conocido por pasar, con enorme facilidad, de una actitud encantadora a una beligerante. Durante una audiencia en marzo ante el Comité de Finanzas del Senado, Lighthizer escandalizó a algunos legisladores cuando le alzó la voz a la senadora María Cantwell, demócrata de Washington, y desestimó sus preocupaciones sobre las políticas comerciales del gobierno al calificarlas como

“tonterías”.

“Cuando entra a una reunión, nadie sabe más sobre el tema que él”, opinó Jim Lighthizer sobre su hermano menor. “Nadie lo toma desprevenido”.

Aunque Lighthizer no usa el lenguaje grandilocuente de Trump, sí tiene experiencia en el arte de la negociación. En la década de los ochenta, cuando las negociaciones sobre las políticas comerciales del trigo llegaron a un punto muerto con Rusia, les presentó a sus homólogos un cálculo de los costos de viajar hacia y desde Moscú, y les dijo que si no llegaban a un acuerdo, no regresaría. En ese momento, llegaron a un acuerdo.

Ese enfoque podría ser utilizado mientras Estados Unidos y Canadá luchan para resolver sus últimas diferencias.

“Durante una negociación, tienes que estar dispuesto a jalar el gatillo y hacerlo estallar”, dijo Jim Lighthizer, exlegislador estatal demócrata en Maryland, quien se comunica casi a diario con su hermano. “Si te dice que va a hacer algo, puedes estar seguro de que lo hará”.

Texto: Agencias
Fotos: Cortesía

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