Memorándum de un neoliberal

Por María de la Lama 

El Economista  Bryan Caplan publicó la semana pasada un memorándum que escribió para la fundación Bill y Miranda Gates, sosteniendo que las actuales inversiones de la misma van por un camino equivocado: “Los caminos que la Fundación Gates tiene actualmente la intención de seguir suenan peor que no hacer nada. “Desarrollar la capacidad de las organizaciones que trabajan con los pobres de zonas urbanas” e “Integrar la voz de los pobres en el proceso de planificación” suena compasivo. Pero podrían fácilmente retrasar el único proceso de reducción de la pobreza que realmente funciona: el crecimiento económico.” Caplan es libertario; es decir, defiende el libre mercado y se opone a la intervención del Estado en la economía. En jerga más familiar, es un neoliberal. Antes de que las palabras de Caplan se pierdan entre voces indignadas: su forma de sostener esta postura capitalista y antidemocrática da para una reflexión interesante.

Caplan afirma que la gente suele votar por políticas intervencionistas y redistributivas; políticas a favor de que el gobierno intervenga en la economía para quitarle a los más ricos y darle a los más pobres. Por otro lado, sostiene también que “la redistribución de ricos a pobres no ha podido y no puede resolver más que una pequeña fracción del problema.” Esto, dice, es un hecho clave al que “cualquier persona pensando seriamente en reducir la pobreza mundial debe enfrentarse”. Por lo tanto, incrementar el poder político de gente que vota por políticas redistributivas no es una buena forma de reducir la pobreza.

La premisa más controversial de Caplan eso que llama un “hecho clave”: que la redistribución de la riqueza en países pobres no puede resolver la pobreza. Para sostenerla, el economista señala lo siguiente: “Incluso si se pudiera igualar perfectamente los ingresos en los países del Tercer Mundo sin afectar su producción, los ciudadanos de estos países seguirían sumidos en la pobreza. Tomemos Bangladesh de ejemplo. Con un PIB de $256 mil millones y una población de 164 millones, la redistribución le daría a cada ciudadano, en el mejor de los casos, un ingreso de $1561 por año, alrededor de $4 por día. Los países no superan la pobreza repartiendo la producción de forma más equitativa.”

La principal objeción al argumento de Caplan es obvia: 4 dólares al día es muy poco, pero sin duda es muchísimo más de lo que tienen ahorita los bangladeses más pobres. Redistribuir no resuelve el problema, ¡pero es bastante mejor que no hacer nada! Y eso es Bangladesh: En México, con un PIB de 9800 dolares per capita, una redistribución efectiva resultaría en 500 y cacho de pesos por cabeza, por día. Decir que esa cantidad de dinero no resuelve el problema es un insulto a los 53.4 millones de mexicanos que viven con menos de 20 pesos al día.

Y sin embargo, consciente de estos datos, yo estoy de acuerdo con la recomendación que le hace Caplan a la Fundación Bill y Miranda Gates. Y es que creo que el economista se equivoca de argumento: no es que la redistribución no pueda aliviar el problema a corto plazo; es que no es sostenible y a largo plazo lo empeora. Redistribución implica que el que produzca más riqueza reciba lo mismo que el que no produce, y si algo gritan los datos disponibles es que un país que no premia la producción es un país que no produce. Las políticas redistributivas sí afectan la producción. El PIB no es riqueza ganada de forma definitiva: es producción por año. Si la producción baja, el PIB a repartir es cada vez menor. ¿Cómo evitar un espiral otra vez a la pobreza (eso sí, equitativa)? ¿Prometer, como niño descubierto a media travesura, no volverlo a hacer?

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