¡Mira lo que me hicieron!

Por Mario Barghomz

Cuando las personas no están bien,, ellas mismas, desde su pensamiento, se crean argumentos de tragedia y de dolor, de carencia, frustración o miseria. Son personas regularmente atormentadas, temerosas y resentidas por aquello que esperaban recibir y nunca recibieron, quizá de su pareja, de sus hijos, de sus padres o hasta de sus amigos, y ahora lo reclaman de una manera emocionalmente equivocada e inestable, suponiendo que lo merecían.

Es un grito ahogado de dolor y decepción que paulatinamente va dando pie a la depresión, a la falta de ánimo hasta para levantarse de la cama y comenzar el día. Es una manera vacía de decirle NO a la vida, al hecho mismo de sobrevivir a una historia que consideran adversa y miserable.

Los malos recuerdos de aquellos que alguna vez los hirieron, incomodan, matan el ánimo, bloquean toda posibilidad presente o futura con el vulgar argumento de “mira lo que me hicieron”, culpando aquello que ya no está presente, pero que para ellos sigue patológicamente presente.

Detrás de esta queja hay una víctima incapaz de aprovechar el sufrimiento para salir adelante, para recuperarse. Las mejores filosofías al respecto: la de los estoicos (Epicteto y Marco Aurelio, sobre todo), la de Nietzsche, la de Sartre, hablan de ello. El carácter de una persona fuerte se forja precisamente en el sufrimiento. El autocastigo y la autocompasión, el chantaje, el reclamo y la queja pertenecen a los débiles.

Haber pasado por algo difícil o despreciable en los primeros años de vida parece la culpa justa para no lidiar con la propia responsabilidad, con nuestro propio deber, dice Kant.

Jean Paul Sartre, el filósofo francés existencialista, autor de “El ser y la nada” y “La náusea” (libros extraordinarios) tiene una máxima filosófica que uso regularmente como premisa de vida al respecto, tanto para mi persona como para mi consulta y recomendación en mi ejercicio clínico: “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”, dice Sartre.

Pero para el ejercicio y aplicación de esta premisa, naturalmente uno debe primero aprender a limpiar el pensamiento negativo y patológico (desaprender-soltar-reaprender); básicamente aprender a cambiar, a dejar de ser para ser otro. Y ésta precisamente es la tarea de la Psicoterapia; enseñar y motivar a la persona para que haga cambios en su vida, en su manera de pensar y de sentir. Cambiar a la persona que desde su pensamiento sufre, por otra que ya no sufra y se permita ser feliz.

Toda vida humana tiene la oportunidad de recuperarse, de reaccionar y reactivarse; las casi cien mil millones de neuronas contenidas en nuestro cerebro, están dispuestas para ello. Activar y reactivar neuronas es la tarea de nuestro pensamiento desde su sistema nervioso para estar bien.

La premisa es cambiar temperamento por carácter, la de estar menos perdido en un desorden emocional (culpa, miedo, frustración, resentimiento, desdicha…) y más en situación de confrontar la realidad mediante una actitud menos miserable y más templada, valiente y fuerte. Dejar atrás el pasado para liberarnos de nosotros mismos, soltando el peso tóxico de lo que ya no está y se sigue reactivando a través del pensamiento.

Cuando las “malas ideas” se han vuelto automáticas en el depósito de nuestros pensamientos, en la parte consciente (inteligente y racional), y se han somatizado en el cuerpo, es hora de cambiar al control manual de nuestro cerebro ejecutivo, gestionando nuevas ideas, un pensamiento nuevo que nos permita renovarnos y orientarnos.

Somos nosotros mismos los que debemos volver a tomar el control de nuestra vida sin culpar ni reclamarle a nadie por la desgracia o la desdicha, por los reveses o los tiempos difíciles. Somos nosotros mismos los únicos responsables de nuestro destino, tanto de aquello que queremos como de lo que debemos. Y si hoy o mañana nos va mal, es porque nosotros mismos no hemos hecho posible que sea de otra manera. Porque entonces Dios mismo sería culpable de que estemos aquí y de haber permitido que naciéramos.

¡Y pensar de esa manera, sería una gran estupidez!

 

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