Ni perdón ni olvido

Por Carlos Hornelas

El pasado lunes 25 el presidente Andrés Manuel López Obrador, a través de cartas personales -que no pasaron por los canales diplomáticos- requirió una disculpa tanto al Vaticano como al gobierno español, a nombre de los pueblos originarios de México.

No es la primera vez que potencias extranjeras han brindado disculpas en desagravio a países con los que han tenido fricciones, por decir lo menos, en el pasado.

Bill Clinton en el 97 ofreció disculpas a la comunidad negra por el pasado esclavista y el experimento Tuskegee. El gobierno holandés se ha disculpado en 2015 con la comunidad de musulmanes por la matanza de Srebrenica, Bosnia, en el 95.

Emanuel Macron, presidente francés se disculpó en 2018 por las torturas y desapariciones durante la guerra de Argelia, evento que causó todo tipo de reacciones en su propio país. El mismo año, Theresa May, a nombre de los británicos pidió disculpas a 12 países caribeños por el trato a migrantes tras la segunda guerra mundial en la llamada “generación Windrush”. Justin Trudeau, desde Canadá, también extendió sus disculpas el año pasado a la comunidad judía a nombre de su país, por haber rechazado el ingreso de 907 judíos en 1939. En 2015 el gobierno español se disculpó ante la comunidad judía sefardí por su expulsión en 1492.

En el caso de la Iglesia Católica, las disculpas se han escuchado a través de al menos los últimos tres Papas: Juan Pablo II, en el 95 en Olomouc, Benedicto XVI a los musulmanes en 2006, y más recientemente, en julio de 2015 en Bolivia, el Papa Francisco a los pueblos originarios de América.

Durante su campaña presidencial, López Obrador pedía perdón, pero no olvido. Así lo expresó en los foros de pacificación celebrados en diciembre de 2018, en los que afirmó no creer en la ley del talión porque “si nos atenemos a eso, si nos queremos acabar entre nosotros mismos, nos vamos a quedar chimuelos todos, o tuertos”. Así también lo ha hecho saber a través de su famosa “amnistía”, que prometía aplicar con discreción a determinados delincuentes con tal de alcanzar la paz y concordia nacionales.

Hasta hoy, en su lucha contra la corrupción, su limpieza moral a través de sus cartillas, en su acercamiento con las asociaciones religiosas que le piden concesiones en radiodifusión y las benedicencias matinales que predica, no ha llevado tras las rejas a ningún pez gordo.

Es verdaderamente desconcertante que no persiga a criminales de un pasado inmediato y quiera ir tras expresidentes, reabrir el caso Colosio o pedir que se disculpe la Corona española por algo acontecido hace 500 años. Parece que en esos temas no existe ni perdón ni olvido.

Mientras la semana pasada nos enteramos de que se reunió con Jared Kushner, yerno de Donald Trump, para cenar, en el domicilio personal de un directivo de una televisora, en vez de hacerlo en un recinto oficial con la asistencia del personal diplomático, uno solo puede compadecerse del canciller Marcelo Ebrard, a quien han ignorado, soslayado o apartado de dicha reunión. Lo mismo en caso de las cartas al Vaticano y a España que han sido enviadas sin utilizar los canales diplomáticos. ¿Dónde estás Ebrad? Nadie contrata a un chef para que vea a uno cocinar su propia cena.

 

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