Nuestras decisiones

Por Mario Barghomz

Sabemos que a lo largo de nuestra vida (mucha o poca) habrá decisiones que de una manera u otra determinarán el resto de nuestra existencia; un empleo (o una renuncia), un matrimonio, un divorcio, un viaje, decidir tener un hijo (o más familia), cambiar de lugar de residencia, elegir una carrera (o decidir no hacerla)…

Y aunque cada decisión humana tiene valor en sí misma, desde aquellas más simples como elegir un postre después de la comida, o cómo andaremos vestidos durante el día, hasta decidir hacer una fuerte inversión a pesar de los riesgos o divorciarnos de a quien prometimos amar para siempre (¡sic!), después de un año o luego de veinte años de matrimonio, cada decisión que tomamos (bien o mal) tendrá un correlato significativo durante el resto de nuestras vidas.

Todas nuestras decisiones obedecen a un estado de ánimo, a un estado de euforia, de dolor o de cansancio, quizá de desesperación o de miedo ante ciertas circunstancias, o de temeridad ante situaciones peligrosas o extremas. Y todo en la vida nos impone o nos obliga a tomar decisiones.

Y más nos vale, de acuerdo a la filosofía, que éstas sean tomadas en la mejor calma posible, a partir de la serenidad mental y no de la ira. Pero aun así nada nos dice que cada decisión tomada saldrá como nosotros queremos. Muchas cosas en nuestra vida estarán lejos de lo que a veces deseamos, de lo que hubiéramos querido. Pero es aquí precisamente, como dice Darwin, donde la inteligencia humana deberá aprender a adaptarse, a lidiar con cada cosa distinta o diferente de aquello que no sucede como pensamos o queremos. Podemos nombrarlo como ya lo he dicho en otras ocasiones: ¡sobrevivencia!

Adaptación que, sin embargo, la podremos “vivir a nuestra propia manera” tal como se oye aún en esa vieja canción que cantaba Frank Sinatra. Ya que también la manera de vivir de cada uno tendrá que ver en parte con un temperamento muy propio, además del contexto en que se viva y toda circunstancia social, política, afectiva, educativa o económica que también nos determinan.

Decir que somos esclavos de nuestras propias decisiones o víctimas a veces de ellas, ¡es muy cierto! Cada decisión tomada de una u otra manera deberemos cargarla sobre nuestra espalda y, como ya he dicho, a veces por el resto de nuestras vidas. Son ellas las que determinarán nuestra buena o mala manera de vivir. Aunque sabemos también, afortunadamente, que lo malo siempre podrá corregirse.

Decidir, por ejemplo, que ya hemos tenido suficiente de algo que nos ha hecho mucho daño y cambiarlo, será liberador y reconfortante. ¡Nunca nada es para siempre! Y hoy siempre será una nueva oportunidad si lo queremos. “¡Ayer es nunca jamás, escribió Antonio Machado, hoy es siempre todavía!”.

Y siempre será todavía en la vida de aquellas almas resilientes y estoicas que han sabido contener y enfrentarse a las situaciones más adversas en su vida para salir adelante. Puede ser un fracaso, una pérdida, una enfermedad castrante, una época difícil (como ésta) ¡lo que sea! Ellos siempre estarán allí para seguir con su vida hasta que Dios lo disponga.

Otro ejemplo, ahora que la ciencia habla de la paradójica oportunidad que tienen tantos mayores de edad, como comenzar a vivir a los sesenta o setenta años después de una vida de sacrificio, rutina y trabajo en el que tuvieron que ocuparse para sacar adelante a sus familias, hará sin duda de la persona que tenga esta oportunidad y lo decida: una persona nueva (renovada), feliz y dichosa. Y no porque antes no lo haya sido o no haya podido hacerlo a pesar de su deber y compromiso, sino porque se dará la oportunidad de vivir dos, tres o veinte años más una nueva circunstancia. Será quizá no solo la mejor parte de su existencia, sino aquella que pueda darle sentido a todo lo antes vivido. Solo entonces, quizá, podrá morirse en paz, tranquilo, sin falsos apegos ni resentimientos, sin la amargura de haber vivido tantos años bajo el estigma de las malas decisiones del pasado.

En la vida cada minuto cuenta, cada hora, cada momento en que Dios mantiene nuestro aliento para seguir vivos.

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