Nuestras historias

Por Silvia Carrillo Jiménez
silvia.carrillojimenez@gmail.com

* Docente de la Universidad Marista de Mérida.

Cuando nos atrevemos a exponernos y expresarnos, a volvernos vulnerables, a compartir miedos o sueños, es cuando el ser humano es de lo más maravilloso. Puede que se los compartamos a otra persona, o simplemente salga de nuestro sistema a base de palabras, apiladas una tras de otra.

Las historias son aquellas que se escurren por los dedos, y al mismo tiempo sostienen naves en alta mar. Son aquellas que se evaporan lentamente, y con la misma fuerza llegan como olas; envuelven, invaden, llenan. Pero lo más importante es que nos conectan, ya sea con nosotros mismos o con otros.

Siempre he estado de acuerdo con ésta idea, compartir nuestras historias nos hace más empáticos y abiertos a abrazar las diferencias. Y esta idea me quedó aún más reforzada después de ver el especial de Hannah Gadsby en Netflix.

En este especial la comediante australiana hace un recorrido desde lo autobiográfico, la autocrítica y revalorización de su carrera, así como de la importancia de compartir su propia historia de dolor y lucha, en sus propias palabras Gadsby dice:

“No permitiré que mi historia sea destruida. Lo que hubiera dado por escuchar una historia como la mía. No por culpa, ni por reputación, dinero ni poder, sino para sentirme menos sola, para sentirme conectada”.

En un tema más cercano, no podría dejar de pensar en este caso en Ana Baquedano, una jóven valentosa que compartió su hisotria para evitar que otras mujeres fueran víctima de la pornovenganza como lo fue ella ya hace varios años. Sólo el hecho de contar su propia historia es un acto completamente revolucionario, en un país donde se busca callar a las mujeres y sus derechos, pero además cumpliendo un acto histórico, en el cual Ana logró con ayuda que la pornovenganza sea un delito en Yucatán.

Ahora más que nunca estoy segura que no solo creo que sanamos a través de nuestras hisotorias, sino que podemos ayudar a sanar a otros.

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