Pejezombis y peñabots

 

Los monstruos de horror son un reflejo de las ansiedades y miedos de la sociedad que los crea. Es algo así como una lectura del psique colectivo a través de la crítica cultural, si quieres usar palabras elegantes.

Drácula, por ejemplo, es todo lo que le preocupaba a la cuadrada sociedad victoriana. Es sexualmente perverso y moralmente corrompedor. El Conde, noble que es, heredó sus tierras; el buen doctor Van Helsing, héroe burgués, trabajó por sus títulos. El vampiro prototípico es imposible de de encajar en dicotomías: es vivo y no vivo, masculino y feminizado, salvaje y refinado, seductor y repulsivo.

En clave de esta lectura, es curioso que las películas de vampiros sean más populares cuando Estados Unidos tiene un presidente demócrata. Son, tal vez, una proyección de la ansiedad de la derecha religiosa ante lo que perciben como libertinaje en la agenda liberal –uno que se puede repeler con crucifijos– además. Cuando el presidente es conservador, sin embargo, reinan las película de zombis. Quizá remitan a un temor de ser asimilado a la homogeneidad social de la agenda republicana.

De este lado del Río Bravo, no hay que ser tan analíticos para descubrir qué monstruos se manifiestan de los temores políticos colectivos. Está ahí mismo en cómo bautizamos a los militantes de opositores: pejezombis y peñabots.

A una capa más literal, esos nombres refieren a asuntos concretos. Peñabot ataca el presunto uso de cuentas falsas en redes sociales para impulsar la popularidad del entonces candidato y eventual presidente; mientras que pejezombi burla la edad y obstinación de Andrés Manuel. Sin embargo, quizá haya algo oculto en plena vista que revele las ansiedades de quienes los usan.

Unas aclaraciones. El término meadebot no es tan popular como el de hace 6 años, pero mucho de lo que se puede analizar permanece vigente. Los otros candidatos no tienen –hasta donde sé– un equivalente. Si me equivoco, háganme saber. Me quedé con ganas de hacer el mismo ejercicio con ellos.

¡Ah! Y cabe mencionar, no estoy planteando argumentos en contra de los candidatos. Intento descubrir qué es lo que sus oponentes temen de ellos y qué imaginario se han construido de sus seguidores.

Tanto la aversión a los zombis como a los robots remite miedos al colectivo: hordas y hordas de entes actuando como uno mismo, masivos en número, imposibles de evitar. Deshumanizar al oponente es un clásico de la retórica política, así como lo es pintar a sus seguidores como incapaces de pensar por sí mismos.

Los zombis no tienen un líder fijo ni un objetivo específico. Actúan por sus instintos más primigenios y su única preocupación es consumir hasta arrasar con todos los recursos. Tal vez se pueda trazar una línea hacia la figura del chairo o el nini, que sólo quiere recibir manutención sin esfuerzo.

Los robots son manufacturados. No responden a impulsos naturales, pues están programados para llevar a cabo un proyecto específico. No tienen mucho interés por las necesidades de los orgánicos –son un estorbo en el peor de los casos o un recurso para aprovechar en el mejor–.

Comparten una hivemind, pero tienen liderazgo centralizado. Quizá esto sea paralelo a una lectura de lo más cínica del modus operandi e historia del tricolor.

El virus zombi se infecta y esparce. Los robots no suelen asimilar humanos, pero sí pueden hacerse pasar por uno. De una forma u otra, ambos modos remiten al miedo de que haya uno escondido entre tus filas, oculto hasta el último momento. No hables con tus amigos de política si no quieres descubrirlo.

Por Gerardo Novelo
gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de Comunicación. Pasa mucho tiempo pensando en cocos y golondrinas.

Foto: cortesía

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