Por favor ¡Que no nos despierten!

EL PASADO 26 de mayo escribí en esta columna mi sentir acerca de la llegada de Ricardo Peláez a la dirección deportiva del Cruz Azul.

En ese entonces, con dos semanas en el cargo y ocho refuerzos en su “chequera”, mencioné el “ilusionismo” que los aficionados de la Máquina (incluyéndome) comenzaban a percibir… como cada año. Tenía un sueño.

Meses después, con cinco juegos oficiales a cuestas (tres de liga y dos de copa), puedo decir que ese acto de magia está al borde de ser realidad. Pero insisto, ustedes me dirán: “lo mismo dijimos el torneo pasado, el pasado y el otro pasado y no más nada”.

En un punto es verdad, pero hay algo que a esta generación del Apertura 2018 se le marca a favor en comparación con otros años: el aura que lo envuelve.

No es casualidad que al salir del Estadio Azul los fantasmas se puedan acabar, no hay que olvidar que en el Coloso hubieron momentos gloriosos.

En el cuadro titular, exceptuando a Jesús Corona, ya no se depende de algún jugador que haya estado en las peores desilusiones de la última década. Elías Hernández y Roberto Alvarado han tomado las riendas del equipo, y eso sí es de aplaudir. Juventud con madurez.

A Peláez le está saliendo todo, pero eso gracias a otro factor único en la historia del club. La familia Álvarez le dio total libertad al momento de contratar, y con una inversión nunca antes vista, los frutos se están viendo. La competencia interna es sana y todos “galopan” al mismo ritmo.

Pero el factor más importante es sólo uno: año tras año, queda demostrado que los aficionados azules sí son de verdad.

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