Psicoterapia de Dios (II)

Por Mario Barghomz

Cuando el sufrimiento y la desilusión son evidentes en una persona (los mismos niños y adolescentes cuando sufren al sentirse rechazados por sus padres, o han sido abandonados o humillados), cuando la inseguridad y el miedo forman un sentimiento de depresión, de tristeza y desolación, de culpa y temor a vivir, es el momento de acercarse a Dios; de recurrir a una psicoterapia de fe, de dar un salto desde la oscuridad de un alma en su dolor, hacia la luz de su posibilidad espiritual.
La ausencia de Dios se siente sobre todo en la desgracia, en el vacío de quien padece su distancia. Dios no parece estar presente en medio de una enfermedad mortal o incurable, en medio de una catástrofe o una pérdida. Pero es precisamente en la desgracia y no de otra manera, en donde la idea de Dios (la fe) puede surgir con más fuerza para un propósito de salvación o bendición como en el caso de Job.
“Después del terremoto de Haití –cita Cyrulnik en su obra Psicoterapia de Dios, página 151- que mató a 250 mil personas en un minuto, hubo un período de estupor ante la catástrofe impensable. Pero en cuanto la vida se reanudó, los supervivientes (sobrevivientes) organizaron procesiones fervientes en las que la multitud de creyentes daba las gracias a Dios por haber enviado un castigo así para enseñarles a creer más en Él. Su éxtasis era místico; su orgullo de obedecer, la belleza de sus cantos religiosos aumentaban el sentimiento de unión. Al aproximarse a Él se elevaban por encima de su condición mortal”.
Hablamos de la fragilidad de la vida en el impaz de nuestra condición humana. Pero también (y es lo que quiero distinguir) de la gracia y virtud de nuestro espíritu, de la posibilidad de un alma aún viva ante determinadas circunstancias. Porque la falta de fe puede responder naturalmente de manera ingrata ante una catástrofe o crisis de tal magnitud, o ante el simple dolor solitario de un alma en pena alejada de Dios, resentida, atea en su posibilidad de creer. “El mero hecho de pensar en Dios –dice Cyrulnik, p. 74- crea un sorprendente sentimiento de intimidad… Mas hay que amar la vida para amarlo a Él”.
Pero hay que admitir también el alma de aquellos (y por alma aquí específicamente me refiero a la conciencia, como la entendían los griegos) donde su libertad no alcanza los planos metafísicos (los misterios de la fe). Sino que toda creencia y toda fe se centra en la ausencia de ella, en la “nada” del ente ateo como pensaba Sartre. Se trata del ente “en sí”, de lo humano en sí mismo sin eternidad ni creador. El sentido entonces se vuelve puramente físico y humano, exento de toda posibilidad sobrehumana.
El texto de Boris Cyrulnik sin duda decodifica el tabú entre la Ciencia y la Fe, entre aquello que simplemente se cree desde la Metafísica, y la evidencia de lo que hasta hoy se empeña en demostrarse con base en el ejercicio mismo de la hipótesis y la teoría científica.
El libro también es un estudio de datos y estadísticas de las principales religiones. De los diversos modos de ser un creyente y desde cuándo y cómo se entra (desde lo humano) al mundo de la fe. De la presencia de Dios en determinados contextos (como en el caso de Haití) y su ausencia en otros donde la mayor parte de la población (Dinamarca) es atea.
Pero sin duda Cyrulnik nos sorprende desde el juicio de su pensamiento científico encargado en particular del mundo de la mente, con sus hallazgos y su particular discurso dialéctico (muy cerca de la Filosofía) acerca de la necesidad de Dios para los pacientes en estado resiliente (de recuperación). Porque parte de la fortaleza de una persona en terapia que quiere (y puede) recuperarse (dice), es la idea de Dios; la posibilidad de su fe generada mentalmente desde su cerebro, desde su conciencia para regenerar su “self”. Desde su apego a la metafísica de un poder supremo y celeste (ultraterreno) que lo ayude a salir de su estado ausente y miserable para brindarle (y brindarse) una nueva oportunidad de vivir.
“Escapamos de la realidad para elevarnos hacia Dios” –escribe Cyrulnik-. ¡Y qué mejor refugio, soberano y protector, que Dios!

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