Punto y aparte

Por Renata Millet

Últimamente he discutido mucho sobre la necesidad de modificar nuestro lenguaje. Personas cercanas a mí han publicado frases, escritos, o dicho comentarios sin ningún tipo de malicia que los han llevado a una crucifixión virtual.

Las discusiones han tornado sobre si la extrema revisión del contenido y la sintaxis (hay frases visiblemente machistas, homofóbicas, etc.; y otras más sutiles que lo camuflajean) es necesaria o no y si es beneficiosa para los distintos movimientos, o no.

La postura de que no es necesaria la minuciosa revisión y corrección de nuestro lenguaje es respaldada por un argumento que podríamos considerar fuerte: ni la x, ni la e para hablar de todxs o todes está aprobada por la RAE. La pregunta que estas personas se hacen es ¿Por qué si uso un lenguaje `correcto` mi frase es considerada misógina, machista, homofóbica, no incluyente, etc., y no se fijan en mis acciones?

El argumento anterior, por tanto, no considera que el lenguaje incluyente o la revisión minuciosa del uso de las palabras sea necesario para permitir la integración de estos grupos marginados y su igualdad.

Considero que el error está en pensar que la forma en la que nos expresamos no repercute en cómo interpretamos el mundo. Hace poco una amiga nos pedía que dejemos de usar la frase “me violó el examen” porque normalizaba una acción terrible, que es violar. Nunca lo había pensado, pero tiene toda la razón. La carga que tiene esa palabra no debe normalizarse para nada.

El lenguaje nos permite comunicarnos, entender y entendernos. Si no nos entendemos de forma inclusiva, no discriminatoria y no repensamos el originen de frases, slangs, etc. cerramos la puerta a los grupos marginados.

Más allá de la necesidad, está la pregunta de si es útil hacer la revisión minuciosa y la denuncia o el “public shaming” sobre aquellas frases. La utilidad de la que hablan es sumar adeptos a la causa de los movimientos. El argumento es que, si nos burlamos, y llamamos ineptos, estúpidos, etc. a aquellas personas que las usan, solo estamos logrando que repelan la causa al sentirse violentados.

Creo que es mañoso ese argumento. No entiendo qué esperan ¿Qué siempre se les hable bonito sobre sus comentarios machistas, homofóbicos, racistas, haciéndolos ver su error? Sin ser partidaria en absoluto de la humillación pública, entiendo por qué muchas personas lo harían. Y creo que está bien que haga ruido, que ponga a personas incómodas. Porque la desigualdad no nos puede acomodar. Sin embargo, pongo en duda si no es usar el mismo discurso de opresión, pero ahora dirigido a el grupo de poder.

El diálogo siempre es el inicio de sumar adeptos a una causa. No debe buscar ser un espacio de negociación, sino de comprensión. Sin embargo, si el diálogo no se puede dar e intenta ser una negociación desde la posición privilegiada de un grupo, los derechos y las garantías se arrebatan. Son procesos.

Esta es mi última columna en colaboración con el periódico Punto Medio. Quiero agradecer, sobre todo, a Alejandro Fitzmaurice y a Martín, por siempre respetar mi total libertad de opinión y por el acompañamiento. Son grandes personas. Termino con un: Punto y aparte.

 

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