¿Qué tan lejos de Sodoma?

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

Cuando la entropía (desorden) de un comportamiento humano rebasa los límites del equilibrio social, se genera, por consecuencia y no por casualidad, la distopía (indeseable) de una ciudad en medio del caos. Cuando la conciencia de los hombres ya no es suficiente, la ley que ellos mismos han creado y que los asiste y los protege, deja de ser eficiente.

Ahí donde las personas dejan de atender su propia previsión de salud, no asumiendo su libre responsabilidad ante una pandemia (COVID-19) que los puede matar, leyes, avisos, recomendaciones y protocolos sanitarios dejan también de tener el valor ético-moral que se supone poseen.

Una sociedad que no asume su deber en el cuidado mismo de su propia salud, evitando lugares de reunión masiva, eventos, ceremonias, restaurantes, supermercados… determinados como puntos de encuentro y focos de contagio, no solo pueden parecer grupos de gente ociosa y descuidada, sino cínica y desvergonzada.

Los últimos sucesos en varios puntos de la República y de nuestra ciudad misma (Mérida), nos hablan del aspecto inmoral de un comportamiento humano cuya consecuencia más lamentable, y más allá del contagio y la enfermedad misma… puede ser la muerte.

Pero si como se ha dicho y dentro de ese pensamiento folclórico de identidad mexicana relacionado con la muerte (estereotipo y lugar común), el comportamiento entrópico de aquellos que soslayan de manera necia su propia salud, parece el vivo ejemplo de esta redundante idea de nuestra dualidad con la muerte. “No le temo a la muerte, no le temo a la vida” –dice una canción vernácula que cuando se canta se hace a voz en cuello-. Pero en lo particular creo que ya va siendo hora que asumamos más, con conciencia y como filosofía, este temor.

Debemos entender que de lo que verdaderamente se trata es de amar y cuidar nuestra vida, en donde debe estar de más y fuera de lugar, la actitud cínica, desvergonzada, negligente y necia de algunos (o de muchos que terminarán en los hospitales).

Cuando Lot (el personaje bíblico del Génesis), sobrino de Abraham, fue por sus yernos para sacarlos de Sodoma, aquella ciudad que Jehová había determinado ante Abraham sería destruida, calcinada bajo el fuego y el azufre que caerían del cielo, éstos se negaron acompañarlo. Abraham le había pedido a Dios que no acabara con aquella ciudad porque aún podría haber ahí cincuenta justos. Si así fuera, Abraham, yo la perdonaría -le dijo Dios-. ¿Y si hubiera cuarenta y cinco? También la perdonaría –volvió a contestar Jehová-… ¿Y si al menos quedaran en ella diez hombres buenos, mi Señor? Por amor a ellos –dijo Dios-, a esos diez justos, yo la perdonaría.

Recurro a esta analogía bíblica solo para dar lectura a nuestros nuevos tiempos, que de pronto parecen los de la antigua Sodoma en medio de la distopía, el cinismo y el libertinaje en el uso irracional del libre albedrío, lejos de medir las posibles consecuencias.

El hecho de usar y abusar de manera irresponsable del derecho a nuestra libertad para hacer reuniones, asistir a lugares concurridos (antros, cantinas, salas de fiesta, bodas, cumpleaños…) y hacer burla o negarse a usar los protocolos sanitarios y de seguridad, habla por sí mismo de quién es o quiénes son los que asumen ésta actitud. Pero que también de otro modo ponen en riesgo la vida de los demás.

El grave asunto del COVID-19 aún no ha terminado. Y aún después de implementada la vacunación masiva del próximo año, ya anunciada, la pandemia seguirá su curso en tanto no la hayamos exterminado. ¿Cuántos más deben enfermar o morir en los próximos días por culpa o irresponsabilidad de algunos?

Vienen días difíciles con la próxima asunción de la Navidad porque la costumbre y la tradición de salir, reunirse en familia y celebrar no solo está en nuestro ánimo como deseo (cenar, festejar, ver a los demás…), sino en nuestra necesidad inconsciente colectiva -diría Jung-. Y en una situación así donde hacer lo que se quiera parece lo ideal, ¿qué tan lejos estamos de parecer Sodoma?

¿… Qué tan lejos de Dios?

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