¿Realmente inyectan política en las películas?

Por Gerardo Novelo

Es una queja común entre grupos e individuos conservadores y reaccionarios. “¡Dejen de politizar nuestras películas!”, “¿por qué inyectan sus opiniones en mis series?” y demás.

Toda creación artística nace empapada de política. Las películas, series y demás no se hacen en un vació. Son la creación de alguien que vive en un contexto que se filtra a través de las representaciones de la obra.

Usualmente se escuchan estos reclamos en torno a la inclusión de personajes diversos en productos de entretenimiento. Porque, aparentemente, la mera existencia de gente de color, minorías sexuales y mujeres tiene que nacer por una intención de forzar política.

La cosa es esta: esas representaciones de las que se quejan sí tienen trasfondo político, pero no de la forma en la que creen, ni de forma que exenta a otras.

El panorama Hollywoodense, desde su incepción hasta ahora, frente y detrás de la pantalla, está dominado por hombres blancos anglosajones heterosexuales. No es un señalamiento, es una observación de la realidad. Esto, también, es el resultado de decisiones políticas conscientes e inconscientes.

Cuando una película protagoniza, por ejemplo, a una mujer musulmana, se puede decir que lo hace para ganar al público de mujeres afroamericanas basada en políticas de identidad. Así funciona una industria creativa, después de todo: explotando mercados. El error recae en no darse cuenta que todas las demás películas de la hipotética taquilla, dominadas por hombres caucásicos, son también el resultado de una decisión política.

Sí, las nuevas historias de Star Wars apuntan por un elenco más diverso para vender a un público más diverso. Pero, ¿y las originales son dominadas por hombres blancos heterosexuales por coincidencia? ¿o por ver a estos como el único público que al que vale la pena vender y el único al que se le permitía crear?

Ese es el poder de la ideología: enmascara para hacer pasar decisiones que vienen desde el poder como “lo natural” y “lo normal”, sin motivos ulteriores.

Así que aquí hay de dos: restringimos nuestra definición de política y nuestro entendimiento de cuánto permea en la cultura, y asumimos que un personaje diverso es tan trivial como uno convencional. O, mejor, reconocemos los hilos hegemónicos detrás de los productos culturales, señalamos donde reposa el poder y nos damos cuenta de que siempre han estado inyectados de política de identidad.

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