Salem, Yucatán

Por Esteban Sanjuán

Hay una ciudad en la frontera donde los Burguer King no cierran nunca, porque al capo del sitio lo vuelven loco las whoppers con queso, y por ende, tienen prohibido cerrar incluso de madrugada.

Otro caso de pánico ocurre entre dos ciudades únicamente separadas por un puente, que, no obstante, los taxistas no pueden cruzar, puesto que cada ciudad es controlada por un grupo criminal distinto.

Son historias de miedo. ¿Por qué no han ocurrido aquí? Académicos, políticos y empresarios han esbozado una razón más allá de cámaras, retenes y policías: cohesión social.
Sí, los yucatecos tenemos un alto sentido comunitario, una bajísima inclinación a buscar problemas y una alta confianza en autoridades que, ante casos como amenazas, asaltos o robos, se la juega derecho por el ciudadano. Me consta.

También somos sospechosistas. Miramos con desconfianza las placas de coches de otros estados, y definitivamente, defendemos lo nuestro con ánimo de toros bravos. No es para menos: la playa en el verano, Chichén y Uxmal, tortas de la María Elena, queso relleno, poc-chuc, Xmatkuil para noviembre y la heladez que traen los nortes… todos son códigos para entender lo que nos mantiene pegados; recuerdos, imágenes y lugares que funcionan mejor que el resistol 5000.

Pero, ¿cómo negar nuestros vicios? ¿Esos demonios que conjuramos cuando una nubecita negra se asoma en nuestros cielos azules? ¿Qué ocultamos, que dejamos de decir cuando desatamos una furia desmedida hacia una mujer sin ningún tipo de credencial culinaria?

Se me ocurre un refrán: palabras necias, oídos sordos, pero leí todo tipo de comentarios: “Te paso su número para que le mentes la madre por mensaje de voz”, “Que nadie vaya a su negocio para que se largue de Mérida”, “Que le entierren una verg… empanizada por pende… (¿?)”.

Escribía en Facebook que, a estas alturas, poco importa ya la crítica de la “mujer fuereña”. Es verdad que no valía quedarse callado, pero forma es fondo. Siempre.
Así hay que reiterarlo: ¿Qué hay detrás de estos teclados furiosos? ¿Por qué los “fuereños” nos parecen una amenaza? ¿Qué mecanismo nos lleva a pensar que todo yucateco siempre es bueno y el enemigo es el otro, el que no es de aquí?

Si esbozáramos autocríticas, al menos podríamos reconocer que la nota ya debería ser nuestra reacción. Exponer lo que surja de investigar nuestros rencores debiera ser la próxima noticia. Narrar cómo Mérida se vuelve Salem para quemar brujas debe ser la siguiente crónica.

No obstante, si de pensar se trata, preferiría que ensayáramos recetas para seguir pegados como con Resistol 5000, aunque libres de ganas de matar porque alguien criticó tontamente un mucbilpollo.

Más respeto sin dejarnos, más mesura sin perder sinceridad y más crítica fundamentada sin xenofobia es lo que estoy esperando que salga ahora del horno de nuestra conciencia.

¿Vale la pena hacerlo?

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