Segunda Plana

SI ES VALOR O temeridad, júzguelo usted, pero fue de llamar la atención que el candidato del PRI a la alcaldía de Mérida, Víctor Caballero Durán, se decidió a visitar el mercado Lucas de Gálvez y en especial los dos puntos conflictivos que tiene ese centro de abasto, y que son La Pepita y El Galerón (la nota está en la página 6). Administraciones municipales van y vienen y El Galerón sigue como una obra jamás concluida, cuya construcción se decidió a fin de mejorar el espacio en el que trabajaban los locatarios, pero por una serie de errores y circunstancias la obra nunca fue abierta para que fuese reocupada. Los vendedores que habían sido removidos de ese espacio fueron acomodados en un sector improvisado a unos metros y que ahora es conocido como El Galerón, que como ya le ha descrito a usted Punto Medio es una colección de deficiencias, inconvenientes y riesgos sanitarios donde se vende nada menos que comida. Más de una década ha pasado y el problema sigue sin resolverse. La Pepita es un enorme elefante rosado con pintas negras que nadie quiere ver…

PUES HASTA EL Galerón y La Pepita se metió Caballero Durán para constatar “el estado de abandono en que se encuentra el inmueble de 47 mil metros cuadrados”. “No será la última vez que esté visitándoles”, les dijo el exsecretario de Educación a los comerciantes que lo recibieron, en alusión a que tomará al toro por los cuernos cuando llegué a la presidencia municipal. No será fácil afrontar el problema, porque como muchos saben y los medios de comunicación hemos documentado en repetidas ocasiones, hay una serie de intereses y presiones que espantan a los funcionarios que quieren desenredar la madeja; esos factores incluyen la división de los locatarios en al menos tres agrupaciones cada una con sus propios intereses, la falta de documentación para verificar quiénes tiene más derecho sobre los espacios mejor ubicados, y las exigencias de oportunistas que cobran con concesiones de locales los favores políticos que han hecho… En fin, se trata de un colosal enredo que requeriría incluso los oficios de aquel mítico “desenredador” que en el trabalenguas necesitaba el arzobispo de Constantinopla.

Por Gínder Peraza

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