Si no pueden con el enemigo… Compren un coche usado

Por Jonathan Ruíz Torre 

No recuerdo cuándo fue la última vez que pisé una refaccionaria. Los chavos nacidos durante las crisis de los setentas solían visitarla al menos cada tres meses antes de que diera vuelta el siglo.

Si no era porque el mecánico te la pedía, entonces porque tu papá necesitaba esa pieza para reparar el suyo.

Hoy es más común que las familias tengan un automóvil relativamente nuevo en la cochera. A mitad de esta década cuando los mexicanos llegaron a comprar en promedio más de 4 mil coches nuevos diariamente, la visita a ese mostrador que olía siempre a aceite automotriz mutó en la esporádica vuelta que los clasemedieros llaman “llevar el carro a la agencia”.

Pero hoy con la economía estancada el trámite de créditos para compra de vehículos nuevos caen a razón de 10 por ciento anual y las ventas de esos productos bajan en consecuencia, de acuerdo con datos de la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores, la AMDA que preside Guillermo Prieto Treviño.

Curiosamente me cuentan de un aumento inesperado también de 10 por ciento, pero en el volumen de los créditos para los coches persuasivamente llamados “seminuevos” y que regularmente son exhibidos en el estacionamiento de la distribuidora. Estos son los interesantes ajustes en las economías cuando el dinero fluye menos.

Quien no viaja a la playa, compra boletos para el cine. Quien acostumbraba salir a una ciudad cercana durante el fin de semana, ahora se queda y va al “fast food”. En las buenas pocos pierden. En las crisis algunos ganan.

Alsea, de Alberto Torrado, apunta a tener un año extraordinario. Sus ingresos crecieron 30 por ciento y su margen de ganancia es mayor que en 2018. Al final, si el viaje a Acapulco debe esperar, la tristeza se entibia con un “macchiato venti con leche deslactosada light y splenda” del Starbucks. El precio de las acciones de la restaurantera ya subió casi 10 por ciento en un mes.

No creo en el escenario de los pesimistas que auguran una debacle económica como consecuencia del cambio de régimen que experimentamos en este sexenio lopezobradorista.

Pero en un caso en el que un partido político monopolice el poder y éste ceda el control de la economía a un reducido grupo de empresarios y al poder fáctico de los sindicatos, entonces vale la pena agilizar la capacidad de adaptación.

En el comercio tradicional puede ser que como en los setentas y ochentas regresen con fuerza las grandes refaccionarias, que pueden resultar útiles en el caso de que los mexicanos renueven menos sus coches.

En las actividades de vanguardia, la eficiencia mandará. En el mundo del internet de las cosas, existen dispositivos que miden indicadores del cuerpo que envían a médicos, quienes pueden hacer diagnósticos de padecimientos leves evitando el traslado de todos, reduciendo costos y con ello, posiblemente el precio de las consultas.

Los empresarios más hábiles pueden prosperar aún en casos extremos. En 1999, en plena explosión del chavismo, unas 400 familias guiadas por un militar invadieron un terreno de la familia de Alberto Vollmer, en una hacienda productora de ron. Ante la circunstancia, Vollmer cedió una parte de su propiedad y creó ahí un proyecto urbano con la ayuda el gobierno y de los mismos invasores que pusieron la mano de obra. Por lógica, los recién llegados se encargaron desde entonces de proteger la Hacienda Santa Teresa de otros invasores y Vollmer sigue produciendo ron y distribuyendo Bacardí.

Solo para ponerlo claro, se trata de un ejemplo en un caso extremo. No hay señales de que el presidente Andrés Manuel López Obrador pretenda una suerte de chavismo en México. Sus propios padres fueron libres comerciantes.

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