Todavía quedan caminos enlodados

Por: Jhonny Eyder Euán

Las lluvias nunca fueron de mi desagrado y siguen sin serlo porque son benéficas para el medio ambiente. Sin embargo, hay excesos que se convierten en calamidades. Lo comprendí cuando salí al patio mi casa y vi una extensa área cubierta de agua sucia que impedía el libre andar.

Mi casa fue una de tantas que se inundaron por el paso de un huracán. El agua llegó hasta las rodillas, incluso un poco más, porque mi patio es tan amplio que en la parte de atrás hay vacas y todas lucían “botas de lodo” por tanta agua que se mezcló con sus excrementos.

Por varios rumbos más casas resultaron afectadas. El agua entró a las cocinas, salas y en algunos casos dañó aparatos electrónicos y les quitó el sueño a los ciudadanos. Debe ser raro y angustiante tratar de dormir cuando bajo la cama o hamaca hay agua. Eso se ve en paradores turísticos como la Riviera Maya, Tulum o Bacalar, pero no aquí, donde vivimos a kilómetros del mar.

Después de las incesantes lluvias quedan zonas con mucho lodo. Hay calles encharcadas y en algunas partes sobresale la mezcla de tierra y agua dispuesta a ensuciar cualquier par de pies que se atreva a acercarse.

El lodazal es muy extenso. Abarca al gobierno federal que a veces habla de polémicas pasadas que ni al caso retomar cuando hay asuntos más urgentes. Están muy sucios los gobiernos, así como los políticos y la gente dedicada a la vida pública.

El lodo más grande es la pandemia que nos ha enseñado lo vulnerables que somos. Hemos retomado poco a poco la vida, pero en el fondo hay temor. A quién no le daría miedo un virus que ha causado miles de muertes.

Este año ha sido así, muy raro en muchos aspectos. Y a los males “inesperados”, hay que sumarle los problemas de índole social que desgraciadamente caracterizan a este país: violencia a la mujer, narcotráfico, suicidios, delincuencia.

“2020 es para el olvido que nunca llegará”, dice con pesar y sarcasmo Adrián, mi amigo el larguirucho que ha venido para quedarse unos días en mi casa, ya que en su colonia no hay energía eléctrica y el agua alcanzó el medio metro de altura.

Él es tan responsable que no busca aprovechar su falta de luz eléctrica para no trabajar, por eso vino desde temprano y ojalá esto fuera una película y alguien estuviese grabando la escena: dos personas con cubrebocas chocan sus puños entre sí en medio de un camino enlodado, sin importar la lluvia que amaga con volver para seguir maltratando el suelo, los días, la paz.

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