Torreón, niños, muerte y videojuegos

Columnista invitada: Mtra. Jessica Saidén Quiroz

No fue un inicio de fin de semana cualquiera.

Mientras pasaba por mis hijos a la escuela, las redes sociales me avisan de una noticia de alto impacto, el tiroteo que protagonizó un joven de apenas doce años en una escuela primaria del estado de Coahuila.

Por un instante pensé que se trataba de algo ocurrido en Texas o en California, donde el acceso a las armas es tan común que en tan solo media hora casi cualquier ciudadano sale del Target con un rifle o una Glock, ambos instrumentos de la muerte.

Una vez más, la violencia de alto impacto cimbra al Estado mexicano, de los cientos que ocurren todos los días en sus calles o en sus fronteras. Sin embargo, en esta ocasión, la sensación se palpa, se siente de manera diferente.

La inspiración que motivó al menor de edad perpetrador -y posterior suicida- al parecer fueron aquellos jóvenes de la preparatoria de Columbine, Colorado, quienes masacraron a sus compañeros y amigos.

Dicen las autoridades coahuilenses que también un videojuego influyó para que este muchacho tuviera la sangre fría de conseguir dos armas de fuego, ingresar al colegio e intentar acabar con la vida de los estudiantes de una escuela.

Sin embargo, hay que ver más allá, no quedarnos en la simpleza de acusar a un videojuego de lo ocurrido.

¿Por qué este niño de doce años vivía con su abuela? ¿De qué manera consiguió las pistolas? ¿Por qué no se detectó a tiempo algún disturbio emocional o sicológico en la conducta del menor? ¿Dónde están los padres de este muchacho?

Las escuelas son para cimentar la educación, pero la formación viene de las familias, de los valores y de la moral. De todos esos elementos olvidados por una sociedad donde importa más la materialidad, la adquisición de objetos inanimados y la inmersión en las plataformas de social media.

Le invito estimado lector y lectora a que observe en los restaurantes o en plazas comerciales la manera en que interactuamos como familias, absorbidos en los teléfonos celulares de gama premium, más pendientes de las banalidades del Whatsapp, del Instagram o del Facebook.

La inmediatez de lo ocurrido nos demanda pedirle a las autoridades de seguridad y a las propias instituciones a que implementen programas como Mochila Segura o la instalación de arcos detectores de metales.

Pero las soluciones a largo plazo deben ir más allá; la familia debe ser ese núcleo de confianza y certidumbre para los niños y niñas, la comunicación es indispensable para transmitirles que todos son valiosos y necesarios en este mundo, ellos son el futuro y la esperanza de la humanidad.

El cambio no deviene necesariamente de un plan gubernamental, se fortalece con el esfuerzo de todos, de aquellas acciones individuales y colectivas que hacen una diferencia en la praxis del vivir. Dedicarle más horas a la convivencia sin tecnología refuerza en la psique infantil ese sentido de humanidad indispensable para el futuro.

Este hecho nos genera una profunda reflexión. No queremos ser parteaguas de una generación del miedo los unos a los otros, de la división marcada por la intolerancia ni por el desapego emocional entre nosotros.

Hace unas horas, al acostar a mis hijos, los abracé, los llené de besos y platiqué con ellos, y les prometí (me prometí) que estaría más cerca de ellos… aún estamos a tiempo de hacer una diferencia.

 

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