Tú qué buscas

Mario Barghomz
mbarghomz2012@hotmail.com

En la vida del mundo en el que vivimos algunos buscan riqueza, dinero, fama, reconocimiento, estatus (estos algunos son muchos, quizá la mayoría), otros buscan tiempo (esperanza), muchos también buscan qué hacer con el tiempo que tienen de vida para divertirse o distraerse, quizá para estar en otra parte porque donde están no están en paz nunca, éstos son como mochileros del mundo, de viaje siempre.

Y todos buscan algo; quizá el amor que nunca han tenido, un poco de ternura, de comprensión y confianza de quien consideran amados. Quizá buscan un poco de descanso, de tranquilidad al final del día. O quizá, por qué no, un buen abrazo, una mirada. Quizá hay quienes buscan la felicidad que nunca tuvieron de niños, un amigo, una compañía sincera que sea el equilibrio de su soledad y vacío.

Los mejores se buscan a sí mismos, quizá para reconocerse o saber quiénes son realmente, qué piensan, qué sienten. Quizá buscan la identidad con su alma, como Hamlet, el personaje de Shakespeare, que devela su duda y su inquietud ante su verdadero ser que lo inquieta. ¿Quién soy? –Se pregunta- ¿Qué debo hacer? ¿Cómo debo vivir mi vida a partir de ahora? ¿Soy o no soy? “¡He aquí el dilema!”.

¿Qué buscamos? Y cuando lo hacemos, ¿buscamos fuera o dentro de nosotros mismos? Picasso decía: “yo no busco, ¡encuentro!”. Y lo que en su vida parecía un eufemismo se hizo realidad; Picasso logró encontrar su genialidad ante el asombro del mundo.

¿Pero qué buscamos nosotros, todos y cada uno de nosotros? El enfermo busca salud, el desesperanzado señales, el ambicioso, poder. ¿Qué busca el desencantado? Quizá un poco de sentido a su vida, de pasión y deseo por aquello que ya no siente y que invariablemente lo acerca al suicidio. Yo mismo escribí alguna vez: “de todas mis búsquedas, encontrarme conmigo mismo ha sido siempre mi prioridad”. Y es que hubo un tiempo en mi vida en que me sentí perdido, ajeno y absorto a lo que sucedía a mi alrededor. ¿Quién era yo? ¿Qué quería? Y sin duda fue Hamlet (su lectura) quien me acompañó en esos días de crisis.

Quizá lo peor que nos puede pasar a veces es la pérdida de nuestra identidad; no saber a ciencia cierta quiénes somos, hacia dónde vamos, y si lo que hacemos lo estamos haciendo bien. Son preguntas. Y la respuesta no está en lo que los demás buscan o quieren también, en lo que tienen o hacen, en lo que otros son. ¡No! la respuesta yace en el interior de uno mismo, en aquello que nos hace ser nosotros mismos.

Buscar ser en la vida parece menos relevante que buscar tener. Pero al final de la existencia humana todo ser (habiendo sido o no) se dará cuenta que tener fue y será siempre un accesorio de la persona. Pero ser, lo determinará en su último viaje hacia el espíritu, es decir, hacia su propia muerte.

Cada uno nace determinado en su GEN para ser “sí mismo”, para no ser como el otro sino diferente a él. ¿Cuántos Picasso conocemos? ¡uno! ¿Cuántos Einstein? ¡uno! ¿Cuántos Steve Jobs? ¡uno! ¿Cuántos entonces hay como yo en el planeta? ¡nadie, ninguno! De aquí la importancia de nuestra propia identidad más allá de la prerrogativa típica de la igualdad, la semejanza o el parecido.

La palabra Prósopon en griego significa máscara, y máscara en latín quiere decir, persona. En este sentido etimológico dentro del argumento semiótico, nuestra personalidad es nuestra máscara (nuestra persona). Cuidar de nuestra persona es cuidar de nosotros mismos tanto en la salud como en la empatía con los otros. ¿Qué buscamos cuando culpamos a otros de nuestra propia máscara?

Pero no solo es en el terreno de las culpas, el desdén, el rechazo, la indiferencia, la contienda o el debate donde muchos no encontrarán nunca la armonía plena de su propia persona. Hay lugares, ámbitos, situaciones o personas donde buscar pierde el sentido. ¡Encontrar siempre comienza con uno mismo!

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