Una aguja en este pajar (2 de 2)

Sergio Aguilar

Lo que la afrenta de AMLO contra el periodismo en México señala no es el cinismo del primero o el lamento del segundo, sino un síntoma. Con esto no me refiero al contubernio oscuro y obvio que había entre los gobernantes y las salas de redacción, sino a la idea de que es la presidencia la que lo señala.

Esta diferente posición es la que permite entender por qué hay más escándalo en la opinión pública cuando el presidente dice que hay medios “chayoteros”, que cuando Proceso publicó el reportaje, con facturas incluidas, de los millonarios contratos que personalidades que se dicen periodistas tenían con, por lo menos, la presidencia de Peña Nieto. Eso nos habla mucho del pobre nivel de discusión pública que hay en el país.

Y es que en el mundo de la mercancía, donde todo lo que se toca es vendible y tiene un precio, la dignidad y verdad periodística es mercancía también, por más dignidad y verdad que sea.

Eso lo he señalado en este espacio en varias ocasiones, incluso precisamente en este periódico, Punto Medio, donde como cualquier periódico, no importa tanto la verdad o falsedad de lo que se dice, sino que lo que valida el decir del periódico no es una búsqueda ética por la verdad o el cambio, sino lo redituable que es su publicación. Es decir, que la pertinencia, veracidad o interés de la información, en el mundo del “libre mercado”, no pone al periodismo en un lugar diferente a las bolsas de mano o el papel sanitario: es un artículo sujeto a complacer a su consumidor.

Cuando el periodista ingenuo se ofende porque AMLO habla mal del periodismo, y termina diciendo que es “el gobernante que peor ha tratado a los periodistas en la historia reciente”, lo curioso no es su abismal olvido del gobierno de Peña y Calderón, que crearon las condiciones para que México sea uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, sino que quizá tiene más razón de la que cree.

Nadie duda que AMLO dice muchas, muchas tonterías (por no usar el insulto que todos sabemos quería escribir). Como tampoco hay que dudar del circo que Mauricio Vila tiene tendido en el estado, enfrascado de los modos más viles con el periodismo más rapaz, capaz de ser comprado para no hablar mal de una granja porcícola y aplaudir lo que sea que el sonriente gobernador quiera. El servilismo del periodismo en Yucatán no hace sino darle la razón a AMLO, y el punto justo en distinguir entre el enunciado y la enunciación es saber darle la razón a las cosas tan irracionales que AMLO dice.

No es en balde, en esta ignorancia que nos tiene aplaudiéndole a los payasos que nos gobiernan, que se erija como paladines de la libertad de expresión a cínicos como Loret de Mola. Es un mundo muy feo el que odia el asilo político a un presidente que fue tirado con un golpe de estado, que pide histéricamente el regreso de gobiernos anteriores porque “ya nos demostraron que son lo mismo”, o que insiste en creer que el periodismo está en libertad en el libre mercado, cuando la realidad es que está más apresado que nunca.

Esta es la última aguja en el pajar que vamos a encontrar: la más horrible de las opresiones está disfrazada de la mayor libertad posible.

[Muchas gracias a Alejandro Fitzmaurice por este espacio para disentir, uno de los pocos lugares en la prensa donde nos podemos dedicar a la tarea (considerada inútil precisamente por el que se siente amenazado) de pensar.]

 

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