Una mirada a la Mérida del año 1900

Leche de vaca a 37 centavos y medio la botella, licor contra la embriaguez, elixir antipalúdico, fonógrafos legítimos de Edison y una amplia variedad de productos que llegaban al comercio de la Mérida de principios del siglo XX se publicitaban en las revistas de la época donde aparecían frases como “vista hace de”, o “La preferida del público sensato”.

En el año 1900 la capital yucateca tenía como límites los barrios de Santiago, San Sebastián, San Juan, San Cristóbal y La Mejorada y apenas comenzaba a construirse el Paseo de Montejo. Las quintas y fincas con casas de madera y huano rodeadas de milpa a las que se llegaba por medio de veredas eran comunes en una ciudad que, de acuerdo al primer censo nacional, para entonces contaba con 43 mil 630 habitantes.

Mérida cumplirá el próximo 6 de enero 477 años de su fundación, y el número de habitantes es cercano a los dos millones, y sus límites ya se han conurbado inclusive con municipios como Conkal y Progreso, mientras que para 1905 Itzimná era considerado un pueblo, y la Chuminópolis no formaba parte de la ciudad.

En la obra Mérida 1900-2000 de Michel Antochiew y Rocío Alonzo Cabrera, que se publicó con motivo de un aniversario más de la ciudad, aparecen, además de un directorio calle por calle de quienes habitaban el centro histórico, y entre quienes aparecen si acaso una o dos personas con apellidos de origen maya, lo que habla del reflejo de la historia misma de la ciudad cuyo centro era ocupado por españoles o criollos.

“Las plazas mismas de los barrios fueron ocupadas por los blancos cuyo número crecía expulsando continuamente hacia la periferia a la población menos adinerada”, cita la obra en la que se ofrece un gran número de anuncios que dan cuenta de la manera en la que se vivía en la capital yucateca que recibía los beneficios del auge del henequén.

De esta manera, en El Carnaval de Venecia ubicado en la calle 60 se ofrecía al público un variado y constante surtido en artículos de vestir y perfumería importados directamente de los centros de moda de Europa.

También se contaba en la ciudad con un establecimiento llamado La Mariposa de Wey Tai Wo y Cia. Allí se podían adquirir sedas, abanicos y artículos lujosos de Asia. En la misma calle 60 estaba La Duquesita de Lun On que desde China y Japón comercializaba con los mismos productos.

Para los hacendados, La Balanza de Sánchez, Mola y Espínola, ofrecía las reconocidas bandas de cuero inglesas y poleas y los molinos aeromotores, que hasta la actualidad conocemos como veletas.

En la calle 65, en el “Siglo XX” don Emilio Patrón ofrecía un amplio surtido de telas blancas de algodón, holanes, rebocería fina y ropa corriente, mientras que en el “Almacén de Paños” ofrecía ropa a la medida y casimires finos de lana, ingleses, franceses y nacionales. También contaba con “La Sorpresa” que expendía lencería, adornos y confecciones para vestidos, además de perfumería, jabones, polvos y cremas.

Entre la publicidad de aquellos años se destacaban los servicios de afinación de pianos que ofrecía con garantía total W.H. Wolf, después de 30 años de práctica en Estados Unidos.

Y desde Cuba llegó don Nicolás López, quien ofrecía realizar cualquier clase de compostura de relojes de precisión, por difíciles que fueran.

En la publicidad se muestran tres párrafos en los que al final, el maestro relojero dice:

Es mi afán constante y diario
Al público complacer;
Para un reloj componer
Se el arte a la perfección
Quien dude de mi afirmación
Que venga el suyo a traer.

También se destacaban los servicios de consignación con especialidad en recepción almacenaje y embarque de henequén que ofrecían los Ferrocarriles Unidos del Sureste, cuyo director general, Nicolás Escalante Peón, declaraba que contaba con un capital social de 23 millones de pesos.

La Cervecería Yucateca anunciaba que contaba con una producción diaria de 600 marquetas de hielo de 80 kilos cada una y un capital de 500 mil pesos. “Las mejores cervezas de la República”, rezaba la publicación.

Resulta muy interesante conocer detalles de la vida comercial de aquella Mérida en la que había la facilidad hasta de encargar productos de Europa y EU.

Texto: Manuel Pool Moguel
Fotos: Cortesía

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