Una nueva vida

Por Mario Barghomz

Durante la Edad Media (453–1453), época a la que también llamamos culturalmente Oscurantismo, el pensamiento del hombre estaba centrado en Dios. Es decir, que todo venía y se obtenía de Dios, y todo terminaba en Él. Y es por ello que a esta época la conocemos también como Teocentrismo (Dios en el centro del Universo); mil años en que la iglesia apareció y se fortaleció después de la caída del Imperio Romano en Europa y el consecuente poder del cristianismo se extendiera por todo el mundo.

La Edad Media es el tiempo de las abadías, las grandes fortalezas (pequeños reinos) y los castillos medievales. Es el tiempo de los latifundios y la servidumbre esclava de los nobles, de la superstición (de las brujas y la alquimia), de las cruzadas y la búsqueda del Santo Grial, de la lucha por el poder de los lugares santos.

Fue también la época de la pérdida y seguimiento de la memoria cultural griega; del Arte, la Literatura y la Filosofía que los romanos habían conservado hasta su caída. Época de oscurantismo intelectual y poca conciencia humana. Y sin embargo, fue también la época en donde se fundaron los principios de la fe católica.

Mil años después apareció el Renacimiento (siglo XVI); el resurgimiento de la filosofía y el pensamiento grecolatino representados por el Humanismo del hombre nuevo (el hombre moderno). A esta época, desde la caída de Constantinopla (1453) a manos de los turcos otomanos, se le llamó Antropocentrismo.

Desde Leonardo, Miguel Ángel y Shakespeare, hasta los albores de este siglo XXI, el hombre antropocéntrico centró su vida y sus ideas ya no en Dios, sino en sí mismo. El hombre antropocéntrico del Renacimiento descubrió que la Tierra no era plana sino redonda. Que el Sol y no la Tierra era el centro de nuestro Universo como sostuvo Galileo que si se salvó de ser quemado por sus argumentos ante la iglesia, no así se libró de ser juzgado y sentenciado a reclusión hasta su muerte.

El Renacimiento fue una época de descubrimientos (científicos y geográficos), de hallazgos artísticos y culturales con lo que se bautizó de alguna manera al hombre nuevo (renacido). No así sucedió en la política donde el poder siguió residiendo en el rey y su linaje, en el clero y las oligarquías. La economía por su parte se trasladó de los latifundios al crecimiento comercial de las nuevas ciudades. Fue la época, ya avanzada en su desarrollo, de la aparición de la ciencia, del pensamiento cartesiano (Dios, alma y razonamiento). A partir de entonces el hombre ya no se detendría en su antropocentrismo. Europa comenzaba a configurarse como la conocemos ahora.

Hoy, el desarrollo de esta ciencia antropocéntrica, ha llamado a nuestra nueva generación “Neurocéntrica”. Es decir, época de la mente. Dando por sentado que hoy es la mente la que rige nuestro destino humano.

Si observamos, hoy todo lo llevamos al plano “inteligente”. Computadoras, teléfonos, coches, televisiones, casas y ambientes se crean bajo los principios de la “inteligencia artificial”, de los chips de silicio que reproducen las moléculas de carbono de nuestro cerebro. Un mundo inteligente que si aún no logra controlar nuestro cerebro (¡no lo hará nunca!), sí lo determina a través de la necesidad cada vez más amplia de su presencia.

Bancos, supermercados, pago de servicios, disposición de efectivo, educación virtual, entretenimiento, la biotecnología de los servicios médicos, todo gestionado y hecho bajo el nuevo rubro de la arquitectura tecnológica. Son tiempos nuevos en donde todos nuestros recursos de vida cada vez se configuran más dentro de un sistema operativo inteligente. Es aquí donde el cerebro y la mente irrumpen como los generadores del descubrimiento de una nueva vida: ¡la nuestra!

El universo de la mente cada vez es más parte de algo que puede explicar lo que hasta hoy ninguna otra ciencia había explicado desde el Renacimiento: la complejidad inserta en el organismo del hombre. Tanto la que ya conocemos desde el estudio de su cerebro (Neurología), como aquella otra generada desde la mente; ¡nuestro nuevo mundo neurocéntrico!

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