Una sirenita antes del fin del mundo

Por Alejandro Fitzmaurice

Últimamente cualquier discusión que no sean los diez años que el planeta tiene para corregir el rumbo y evadir la extinción al cual nos enfrentamos, me parece frívola —debiera parecernos a todos— sin embargo, hay asuntos de importancia que derivan de algo tan trivial como una sirenita negra.

En primera instancia, aunque algunos se distinguen por expresiones desatinadas, que llevan a pensar en actitudes racistas, las reacciones iracundas por presentar a un personaje de color para una nueva entrega del clásico de Andersen “La Sirenita”, surgen de una fascinación probada que, desde una lógica comercial y masiva, no debió alterarse.

Me explico: si la cultura de masas y su irrenunciable necesidad de vender ha pactado con el público para esta historia un estereotipo de mujer pelirroja y blanca es natural que haya reacciones, sin duda, excesivas.

Lo cierto es que muchos de los filmes de Hollywood (todo Disney incluído) aunque con increíbles e innovadores recursos, utilizan hasta el cansancio fórmulas narrativas que han sido probadas hasta el cansancio.

De hecho, Alfonso Freire en el texto “La nueva narrativa transmedia de la generación Google Kids” admite que la escasez de universos narrativos que garanticen ganancias —Star Wars, Harry Potter, Princesas de Disney— explican por qué dichas historias se extienden a múltiples dispositivos, se repiten o se adaptan.

Así, si tomamos en cuenta la reacción y el hecho de que pudieron haber hecho investigaciones para prever esta inicial mala recepción, es posible calificar este anuncio de una sirena con piel afroamericana como el resultado de una deficiente práctica profesional, que, sin embargo, funcionará bien en otros mercados con seguridad.

En ese sentido, aunque lo analizo de esa forma, considero que es positivo asignar nuevos atributos físicos a la heroínas de siempre, sin omitir una historia que se repite vilmente debe arriesgarse y ofrecer nuevos recursos.
Si me permiten la expresión, esto se parece a los conciertos: no vamos a pararnos a escuchar dos horas a una banda para que nos ofrezca con exactitud lo que ya antes hemos escuchado. Queremos canciones diferentes: arreglos nuevos, requintos inesperados y solos exasperantes.

En resumen, lo único negativo en esta discusión, además de las auténticas expresiones de odio racial, es nuestra imposibilidad para que las voces de la razón sea las que imperen en el foro de las redes sociales.

Pero, ¿qué le podemos pedir a una sociedad que está por extinguirse y que parece más preocupada por la apariencia de un personaje que por los problemas reales?

Si merecemos la extinción, al menos, habría que disimular un poco más.

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