Unas elecciones líquidas

Carlos Hornelas
carlos.hornelas@gmail.com

Uno simplemente no puede dejar de sentirse atraído por las ideas de Zigmunt Bauman y su concepto de la liquidez. Para el polaco, vivimos en una sociedad hipermoderna que ha transitado de una “solidez” a una “liquidez”. En lo sólido hay formas estables y precisas, que se mantienen en el tiempo y ocupan un espacio/tiempo definidos.

La hipermodernidad para Bauman tiene las mismas propiedades de lo líquido: fluye indistintamente y no es contenido más que por su recipiente, del cual toma prestada la forma temporalmente para cambiar de nuevo.

Bauman lleva el concepto de liquidez a todas las esferas de la vida humana: la política, el amor, el miedo, la vigilancia, por mencionar algunas. Si en el pasado existía el compromiso y había un horizonte de referencia, para Bauman eso se ha perdido en la hipermodernidad.

Nada es para siempre y ya no hay ataduras de ninguna especie: el hombre que es producto de la sociedad líquida no arrastra con ningún peso ni tiene raigambre, ni con sus vínculos ni con sus propiedades ni con sus amores.

Si en el pasado se entendía la política como una lucha de ideologías que marcaban coordenadas y principios de identidad, valores distinguibles, posiciones respecto a temas torales o congruencia entre los actos y las creencias era porque se mantenía en el mundo de lo sólido.

En un contexto líquido la política es pragmática: los ideales y los valores a veces estorban para ganar elecciones. Los partidos se desdibujan, las lindes de sus posiciones se trastocan y finalmente se hacen indefinibles. ¿Qué resulta de la izquierda o la derecha en medio de un mundo líquido que solamente flota a la deriva en un océano de posibilidades que no termina de fraguar nada?

El capitalismo sólido se dedicaba a la planificación y a la catalogación de los recursos para llegar a ciertos fines de “interés general” como la educación, el estado de bienestar, el abatimiento de la pobreza, la salud pública, la rotación de las élites, la integración nacional, el debate plural, que venían acompañadas de reglas de procedimientos muy complejas: las leyes, las políticas públicas la intervención del Estado, las reglas del juego democrático.

Tras la Segunda Guerra Mundial se pensaba que la razón daba forma al mundo y no al revés, a fin de no tropezar de nuevo con la barbarie y la sinrazón. No obstante, en la nueva condición líquida todo se desvanece como fluido: los trabajadores de antaño duraban en su empleo toda la vida, compraban siempre productos de la misma marca, se casaban una sola vez, con su pareja o con su partido político y su equipo de fútbol, y sus amigos eran una constante desde la infancia.

En una sociedad líquida lo único constante es el cambio. Particularmente, en el mundo de la política los ciudadanos no encuentran su representación en partidos políticos que burocratizan los ideales, gestionan sus propias posiciones o llegados al poder administran su riqueza y reparten la miseria. Los militantes cambian de partido como de marca de jabón y los aliados son contingentes dependiendo de la coyuntura.

El ciudadano común advierte  sin problema que la política es un negocio exclusivo de políticos que han desplazado a los ciudadanos y se sienten defraudados del sistema, acallados por diversos poderes fácticos y hartos de las competencias electorales. Han pasado de ser ciudadanos a ser consumidores de productos que se venden como soluciones políticas redentoras que reconocen que se puede hacer muy poco llegando al poder. Y esta idea, dice Bauman, es lo más peligroso que puede pasarle a la política: volver líquida la democracia.

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