Vincent Van Gogh, fracaso y éxito póstumo

Vincent Van Gogh (1853-1890) representa esa imagen que muchas veces se otorga a los grandes: un ser con un espíritu atormentado. Pero más allá del amor desolado, que le llevó a mutilarse una oreja, el artista holandés es “uno de los grandes maestros del cromatismo”, afirmó Gerardo García Luna Martínez, director de la Facultad de Artes y Diseño (FAD) de la UNAM.

Autor de más de dos mil obras, el holandés Vincent Willem fracasó como artista en su tiempo, pues no vendió una sola de sus piezas, pero fue revalorado después, a tal grado que sigue muy presente.

Esa vigencia se debe al mito de su espíritu atormentado y, por supuesto, a su enorme expresividad, “a su capacidad pictórica basada en el color, a la fuerza de su trazo, a esa materialidad que permite desdoblar en partículas todo un paisaje, toda una naturaleza muerta o un espacio íntimo, que se convierten en grandes diálogos del espíritu humano”, explicó.

A propósito del aniversario 166 del natalicio de Van Gogh, que se conmemora este 30 de marzo, García Luna, doctor en Bellas Artes por la Universitat Politècnica de València y maestro en Artes Visuales con orientación en Arte Urbano, habló sobre la relación entre el arte, la creación y el desequilibrio psicoemocional.

“Imagino que sí existe esa relación, pues no hay obra que no deje de ser un autorretrato; pero más allá de la esquizofrenia o del daño que haya podido producir alguna sustancia, hay en Van Gogh una gran expresión pictórica que raya en lo irracional y lo inconsciente”, acentuó.

UNA VIDA DE GENIALIDAD Y FATALIDAD

En los últimos 129 años, el artista holandés ha cosechado una cantidad prolífica de adjetivos y frases: genio absoluto, insubordinado, religioso, enfermo.
“Fatalidad desde la cuna. En el caso de Van Gogh esta afirmación es algo más que una imagen retórica: Anna Cornelia Carbentus, quien contrajo nupcias en 1851 con el reverendo Theodorus van Gogh, dio a luz el 30 de marzo de 1852 a un niño que murió a las pocas semanas. Al año siguiente, sorprendentemente en el mismo día y mes, nació un segundo hijo, a quien también llamaron Vincent Willem, en memoria del niño muerto.

“Este hecho fue interpretado como crucial en la ulterior y desaforada lucha que Vincent libró para encontrar una identidad propia, una que le perteneciera sólo a él, un estilo único que, según sus propias palabras, le diferenciara de todos y permitiera reconocer su obra incluso sin firma”, se relató en la Gaceta UNAM, en el marco de su centenario luctuoso.

Entre sus obras más connotadas y señaladas por la crítica están: “Los girasoles”, “Autorretrato”, “Los comedores de patatas”, “La Habitación”, “Silla con Pipa”, “El Melocotonero”, “Almendro en flor”, “Retrato del cartero Joseph Roulin” y, por supuesto, “La noche estrellada”.

Texto y foto: Agencia

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