¿Xenofobia o patriotismo?

Por Miguel II Hernández

La irrupción de migrantes centroamericanos en el territorio nacional hace unos días ha sacado a relucir la xenofobia de muchos, quienes se rasgan las vestiduras al hablar del trato infame a nuestros connacionales en los Estados Unidos, pero condenan y prejuzgan a quienes cruzan el país provenientes de la frontera sur.

A esto sumemos la actitud de quienes en un alarde de patriotismo mal entendido se han dedicado a inflamar el espíritu nacionalista y censuran todo lo relacionado con la ayuda a extranjeros.

Y cómo tercera postura se encuentran quienes están a favor de darles ayuda humanitaria y permitirles la estancia en nuestro país pues huyen del suyo buscando una vida mejor.

¿Quién puede tener razón?

Indudablemente nadie tiene la verdad absoluta. Los argumentos de que se les “debe” abrir las fronteras son hasta cierto punto vacíos pues todo debe hacerse en orden y ese fue el principal problema: sin hacer caso del llamado y las alternativas ofrecidas de ser registrados en grupos para permitirles el acceso, derribaron mallas, brincaron cercas y agredieron a uniformados mexicanos en el territorio mexicano, de lo cual existe constancia fotográfica.

Del mismo modo la respuesta fue dura, afectando principalmente a los más vulnerables (mujeres, niños y ancianos), cuyas imágenes son las más “vendibles” mediáticamente pero se ignora las imágenes de mexicanos ensangrentados e impotentes ante la marea humana que los atacaba.

El inicio fue irregular, podemos pensar que fue fruto de la desesperación, pero eso no lo justifica. Tampoco se justifican los comentarios xenofóbicos que se han desatado, similares a los vertidos por quienes califican a todos los migrantes en Estados Unidos como delincuentes, asesinos o narcotraficantes. ¿En qué momento nos convertimos en aquello que tanto hemos criticado durante generaciones?

En el caso de la ayuda humanitaria es un tema delicado. Es algo que mueve las sensibilidades de todos cuando se ve la lucha de alguien desprotegido, pero surgen también las críticas en el sentido de que mientras hay miles de chiapanecos pasando hambre, sin techo y acceso a servicios de salud, a estos migrantes, que entraron sin respeto de la autoridad mexicana, se les proporcione esa ayuda negada a los compatriotas.

Sumémosle otro factor: el presidente electo Andrés Manuel López Obrador ya anunció que les daría visa humanitaria y empleo. Incluso se habla de que trabajarían en el tren maya.

A simple vista esto es positivo y en realidad la presencia de estos miles de centroamericanos no afecta los índices de empleo o desempleo (recordemos que somos más de 130 millones de mexicanos), pero el problema radica en que tendríamos un grupo vulnerable, expuesto a la explotación laboral, como le ocurre a tantos mexicanos de comunidades apartadas que migran en busca de trabajo y deben desempeñarse en labores mal pagadas, sin descanso e infamantes en muchas ocasiones, todo ello dentro del mismo territorio nacional.

Definitivamente el problema de esta caravana de migrantes no es algo sencillo, tampoco se resuelve con xenofobia, patriotismo o misericordia, sino con acciones congruentes fruto de un análisis a fondo, más allá de políticas populistas o de discursos bonitos.

La situación es delicada y ocurre en un lapso de transición, con una administración federal que vive sus últimas semanas y una administración entrante que ya toma decisiones sin haber tomado posesión.

La moneda está en el aire.

Hasta la próxima…

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