Yucatán, ¿tierra de paz en tiempos de Revolución?

Aquel domingo, antes de que el sol despuntara, algunos rezaron los maitines. Otros, más tarde, desayunaron leyendo el periódico, mientras que un campesino, que no comió bocado, sentado en su hamaca, encontró nuevas cicatrices en sus manos viejas y útiles para cortar henequén. Al mediodía, alguien asó carne, bajó chinas de la mata y preparó naranjada. Bien tapados, quizás, por el fresco de algún norte, muchos durmieron la siesta en espera de la noche para hacer chuc con pan bueno y un tazón de chocolate caliente.

Ciertamente, el 20 de noviembre de 1910, solo cotidianeidad pasó en Yucatán. No hubo revueltas, balazos ni mueras al dictador oaxaqueño José de la Cruz Porfirio Díaz Mori.

De hecho, incluso en el norte y centro del país, donde se registrarían las batallas más importantes y los eventos más trascendentes de la gesta revolucionaria ―la toma de Ciudad Juárez, la marcha del Ejército Constitucionalista o la Promulgación de la Constitución― no hubo un cambio radical.

Por supuesto, se dieron algunos levantamientos en dichas zonas: 13, según Wikipedia. No obstante, el maestro Iñigo Fernández, autor del libro Historia de México, editorial Pearson, señala que el llamado de Madero a las armas, en un principio, fue tímido en todo el país. “Para el 20, fueron pocos los que siguieron el llamamiento a las armas”, escribe.

Todo lo anterior no significa, sin embargo, que Yucatán, antes y después de esta fecha, fuera completamente ajeno al polvorín que se gestaba en el país, como en distintas ocasiones se ha sostenido. No fue el terruño tierra de paz en tiempos de opresión y guerra.

En ese sentido, en el recién publicado libro “La Revolución en Yucatán: 1897-1925 la historia negada” de José Luis Sierra Villarreal, el autor refiere la existencia de 55 “rebeliones, asonadas, motines, incendios y daños con violencia” entre los años de 1909 a 1910.

De allí, uno de los principales argumentos del texto: aunque distinta, el espíritu de Revolución Mexicana en Yucatán fue algo más que una chispa, y en definitiva, distintos actos ocurridos en el terruño deberían ser anexados a otros que se incluyen como antecedentes importantes del conflicto.

Escribe Sierra Villarreal: “Al revisar con cierto detenimiento la historia yucateca se encuentra que, a partir de 1897 y hasta 1915 ―cuando arribó Salvador Alvarado a Yucatán― existió un continuum de luchas sociales y conflictos políticos. Proceso de movilización popular que contrasta marcadamente con la eficacia del control político-militar que imperó en el último tercio del siglo XIX”.

Acaso el control de los oligarcas encabezados por Olegario Molina y Avelino Montes ―notables líderes de la Casta Divina― permitieron que se respirara una tensa calma en la zona henequenera del estado, pero allá donde el anarquismo y el socialismo se reunían con la injusticia y la desigualdad del régimen porfiriano, las palabras conjuraban balas y revueltas.
A su vez ―asegura Sierra Villarreal―no debe omitirse el recuerdo reciente de la “Guerra de Castas” en el territorio yucateco y una constante sensación de intranquilidad.

Así, a pesar de que los mayas cruzoob se refugiaron en las selvas quintanarroenses, los ataques de estos ejércitos indígenas, aunque debilitados, continuaron incluso tiempo después de la toma de Chan Santa Cruz, supuesta fecha de finalización de ese conflicto social.

“Las amenazas para los pueblos fronterizos no provenían solo del frente oriental, también de la zona “pacificada” sufrían acechanzas y ataques”, escribe el también sociólogo.

CHISPA O RELÁMPAGO

Ya sea en la secundaria o en el bachillerato, en algún momento, de manera inexorable, todos los yucatecos hemos debido memorizar una fecha como estudiantes: cuatro de junio de 1910.

Hablamos, por supuesto, de la “chispa” de la Revolución Mexicana, ocurrida en Valladolid y que consistió en el fugaz levantamiento encabezado por los líderes Ruz Ponce, Atilano Albertos y Maximiliano Ramírez Bonilla.

En los detalles, todos los historiadores coinciden: tras promulgarse el Plan de Dzelkoop, cerca de mil 500 hombres reunidos por los líderes ya mencionados asaltaron la población de Valladolid, asesinaron al jefe de la policía y tomaron control de ésta.
La acción, que no estuvo vinculada a las estrategias de Francisco I. Madero, sí ha sido tomada como un antecedente de la Revolución Mexicana y como parte de la rebelión maderista.

Pero los historiadores disienten en este último punto.

Así, algunos argumentan el espíritu maderista, a partir del Plan de Dzelkoop, guía del levantamiento, donde puede leerse: “Este pueblo que a diario siente en las espaldas el flagelo del caciquismo no puede soportar por más tiempo las arbitrariedades del terrible Dictador (Porfirio Díaz)”.

A su vez, sostiene el capitán e historiador José Góngora López: “Había un movimiento ideológico (el maderismo) bastante sólido, porque precisamente se había formado el partido de José María Pino Suárez, el partido antireeleccionista. De ahí surgen los líderes del movimiento. De hecho, allí estuvo relacionada Elvia Carrillo Puerto”, sostiene.

Por el contrario, el autor de “La Revolución en Yucatán”, Sierra Villarreal, niega la vinculación de este hecho con la rebelión maderista, entre otras razones, por sus evidentes tintes regionalistas.

De esta forma, la filiación cantonista de sus líderes (el término cantonista designa a los simpatizantes del general Cantón, opuesto al grupo en el poder) y hasta los muera dedicados a Olegario Molina ―cabeza de la casta divina y máximo representante del Porfiriato en Yucatán― y al gobernador Muñoz Aristegui, alfil de Molina, minimizan la influencia del maderismo.

Discusiones de precisión aparte, lo cierto es que “la chispa” se apagó tan rápido como su encendido: un día después ―relata el capitán Góngora― fueron atrapados y aniquilados por las fuerzas llegadas de Mérida tras ser hallados en completo estado de ebriedad.

Como sea, muchas otras rebeliones se registrarán en el estado en el marco de la efervescencia antirreeleccionista.
Escribe Sergio Quezada en el texto “Historia breve: Yucatán” publicado por el Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica: “Nueve meses después, el 4 de marzo de 1911, estalló en Peto un movimiento rebelde de 400 sublevados que, al grito de “Viva Madero” y “Viva la libertad”, asaltaron la casa del jefe político y el ingenio azucarero de Catmís, liberaron a los acasillados, saquearon las tiendas, destruyeron maquinaria y muebles, invadieron los cultivos y ocasionaron a su propietario, Arturo Cirerol, pérdidas de casi un millón de pesos. De manera simultánea pero independiente, varios hombres de Yaxcabá, al grito de “Viva Madero”, tomaron el pueblo de Sotuta”.

En síntesis, no hubo grandes batallas, pero en Yucatán sí hubo Revolución. Para concretarla, solo hacía falta un hombre con la fuerza para enfrentarse a la “Casta Divina” y Salvador Alvarado sería su nombre.

Texto: Alejandro Fitzmaurice
Fotos: Cortesía

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