Hasta nunca, Norberto

 

El pasado jueves, nos despedimos de una de las figuras más ubicuas en el panorama mediático mexicano: el arzobispo Norberto Rivera. Hace unos meses, apenas cumplió los 75 años –el mismo día, de hecho– Norberto presentó su renuncia frente al Vaticano, como es práctica común. Usualmente, por cortesía, el Papa les da unos añitos más a los arzobispos antes de aprobarla. Francisco, por suerte se la concedió casi de inmediato.

Por suerte, porque Norberto es insufrible. Es de los últimos de la vieja, vieja guardia. Su conservadurismo duro se enfrentó más de una vez con el relativamente progresista Papa. Rivera es, pues, un hombre con los pies firmemente en el siglo pasado (o posiblemente unos cuantos más atrás). De su reemplazo se espera lo contrario: Carlos Aguiar, seleccionado por el mismo pontífice, tiene toda la pinta de que va a ser un líder, a la Francisco.

Cuando hablamos de Norberto Rivera, estamos hablando de un líder religioso que no tiene mínima preocupación por separar Iglesia y Estado. Uno que ha jugado a la víctima amenazada por el cambiante mundo más veces que Pedro ha gritado “lobo” (confío más en Pedro: los lobos, a diferencia de las ideas progresivas del Siglo XXI, sí son peligrosos).

Estamos hablando de un ser que calificó de amenaza al divorcio, pero no tuvo problema facilitando el de la “Gaviota” para que se case con el ese entonces rompecorazones televisivo –digo, posible candidato a la presidencia– Enrique Peña Nieto, al anular su matrimonio previo. No tuvo problema, tampoco, desgraciando al sacerdote que unió a la pareja en primer lugar, con tal de justificar la separación.

Norberto defendió pederastas con aún mayor pasión con la que denunció las uniones entre parejas del mismo sexo. Se me hace algo irónico: tanta denuncia de que la sociedad se estaba degenerando esto, de que si legalizamos tal, vamos a tener que legalizar lo otro aquello… Quién sabe, tal vez estaba resentido por la (ridícula) posibilidad de que, si se legaliza matrimonio homosexual, entonces se legalizaría también el matrimonio con niños, y tenía miedo de cuánto sacerdote se le escaparía si eso pasa.

Éste es un hombre que, ni hace un mes, “celebró” a las mujeres afirmándoles –o, más bien, imponiéndoles– que su más importante talento es el ser mujer y que su propósito en la vida es ser madres. Sólo para parir más creyentes sirven, ¿no? En ese discurso, pidió valorar y respetar más a las mujeres. En respuesta, recurro al siempre relevante Octavio Paz (una copia del “Laberinto” nunca abandona mi buró): “Quizá muchas preferirían ser tratadas con menos ‘respeto’ […] y con más libertad y autenticidad”.

En su carta de despedida, Norberto se disculpó. Por qué, no lo sé. Dice que por si alguien se “sintió ofendido” por su “posición firme”, pero seamos honestos: esa no es una disculpa. Es una técnica favorita de los perversos, los narcisistas y los abusadores: no acepta culpa, la transfiere a los sentimientos del ofendido. No se disculpa por lo que hizo o dijo, sino por lo que otros sienten.

¿Qué chiste tiene, entonces, disculparse de eso si es algo fuera de su control? Mejor no decir nada si no va admitir nada.

En la misma carta, se celebró a si mismo por “no haber permanecido mudo ante la violación de derechos humanos”. ¿Hace falta comentar? El chiste se cuenta solo.

Y bueno, ahora viene el nuevo arzobispo Carlos Aguiar. Sólo queda esperar que, con él, el catolicismo mexicano esté más cerca del trono de Pedro (y del sentido común) y más lejos, de, pues, básicamente todo lo que hizo Norberto.

Por Gerardo Novelo González*

gerardonovelog@gmail.com

* Estudiante de comunicación. Gran fan del espacio, tanto exterior como personal. Se las trae contra los estudiantes de ingeniería.

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