Amor, muerte y robots (y cuotas de género)

Por Gerardo Novelo

Las cabezas detrás de Netflix tienen un talento insólito para hacer de sus estrenos el tema de conversación en círculos audiovisuales. Esta vez le tocó a Love, Death & Robots, la antología de ciencia ficción fresca en formato y algo estancada en sustancia.

Más de un comentarista hizo la observación de que todos los directores involucrados son hombres. Sin duda hay también conversaciones que tener respecto a la mirada visceral, consistente a lo largo de la serie, hacia los cuerpos, la muerte y la sexualidad, pero ese es un tema para otro día.

No presumo que Love, Death & Robots sea de menor calidad por no tener mujeres entre sus directores. El mérito artístico de la serie no se mide por los nombres en los créditos. Pero la fiesta de salchichas que es su nómina creativa pone en claro un problema adherido a la industria.

Esto es sistémico y afecta desproporcionadamente al cine de género. Las juntas de producción de ciencia ficción, horror, y fantasía parecen estereotípicas guaridas nerd ochenteras – “no se aceptan niñas”.

Preguntémosle a Jason Blum, cabeza del estudio Blumhouse. Ganó fama por producir cine de horror de micropresupuesto, mediocre pero redituable, tanto con directores primerizos como reinventados nombres establecidos. Haciendo tour para promover el remake de Halloween, a Blum se le preguntó por qué ninguna mujer había dirigido una película de horror para su estudio. Que sí intentaba pero no las encontraba, dijo.

Blum, no es que no existan. No puede ser que tras 11 años de “siempre intentar”, no haya salido nada. Es que, consciente o inconscientemente, no les das chance. Mencionaste ofrecerle proyectos a Jennifer Kent, de The Babadook, y a Leigh Janiak, de Honeymoon. ¿Qué hay de financiarles un proyecto propio? ¿Qué hay de talento nuevo o de menor renombre? Digo, tu estudio tiene fama de darle el beneficio de la duda a directores primerizos.

Chance y Blum y sus pares no son explícitamente sexistas. Chance hay menos directoras que directores; y de esas menos quieren hacer sci-fi y horror. Ahí habrá que preguntar: ¿será que sus úteros no les permiten apreciar las naves espaciales y monstruos punzocortantes? ¿O tal vez hay una cultura alrededor de la industria que las repele?

La realidad es que la industria ya tiene una cuota de género. Más veces que no, esa cuota es 100% vatos. La solución no es imponer una nueva, que a fuerza sea 50/50. Nomás hay que quitar la que ya existe, la que traemos implícita, y ver qué sucede.

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