Columna | Una ciudad sorda

Por Jhonny Eyder Euán

Caminando entre libros cerrados se encontraban cuando unos ruidos trajeron el temor y los gritos furiosos les hicieron cerrar las puertas, y aguardar porque ese momento sea un fragmento más de la imaginación. Los empleados se refugiaron por su integridad y también por la de miles de ejemplares que indefensos quedaban expuestos a un saqueo, o a la muerte/exterminio por las llamas de un fuego provocado.

Afuera eran muchos lo que gritaban y lanzaban objetos, y algunos secuestraron a unos cuantos títulos que quizás ahora yacen como cenizas en el suelo o como cuerpos mutilados en botes de basura.

Recuerdo que el año pasado, o hace dos, se bromeaba con que nadie, ni aunque estuviera permitido como ejercicio o experimento social, saquearía o atacaría una librería. ¿Por qué? Porque se sabe de sobra que en México los libros no son un bien prioritario, ni para el gobierno ni para muchos mexicanos. Era inverosímil… pero pasó hace una semana en Ciudad de México.

Ocurrió en el marco de una manifestación que —una vez más— exigía justicia por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Era una manifestación pacifista, pero en ella, había un grupo de gente con otros propósitos. Un contingente de encapuchados que desvió el rumbo y causaron destrozos en varios comercios, y que a las puertas de una famosa librería gritaron, con falta de tacto y hasta cordura, que leer es para burgueses.

El país luce cada vez más descompuesto con tantas escenas de violencia en marchas y no le queda de otra más que aguantar, porque las demandas de los mexicanos son hasta cierto punto causadas por la falta de respuestas de las autoridades. Cualquiera que vea las noticias puede comentar que hay mucho descontento en el país, lo que propicia la indignación, la rabia y las ganas de pedir justicia, y en caso extremos, es un llamado al desorden y hasta a la anarquía.

El miércoles volvieron los disturbios, otra vez encapuchados salieron de nada para intentar desarmar el “cinturón de paz” que el gobierno capitalino implementó para la marcha por el 2 de octubre de 1968. Ese “cinturón de paz”, integrado por supuestos funcionarios del gobierno de la CDMX, se esfumó a medio camino y otra vez hubo paramédicos auxiliando a civiles y policías heridos. De nuevo hubo pintura y destrozos en edificios de una ciudad que ya parece sorda, pues a cada rato le exigen a gritos atención, justicia, esperanza, ayuda, y ella simplemente no escucha.

 

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