Tenía que ser una jornada de protesta contra las políticas del presidente francés, Emmanuel Macron, y en favor de acciones más contundentes contra el calentamiento global. El Gobierno francés temía que la coincidencia de tres manifestaciones —la de los chalecos amarillos, la ecologista y la sindical contra la reforma de las pensiones— provocase el caos en París y reforzase la presión sobre el Gobierno francés.
Todo quedó desdibujado. La fuerte presencia policial desactivó a los chalecos amarillos. Y estos, junto a violentos antisistema del llamado black block, acabaron por sumarse a una marcha por el clima poco concurrida y empañada por los choques puntuales de una minoría con las fuerzas del orden. A la espera de que pudieran producirse nuevos incidentes por la noche, la jornada terminó con 163 detenciones. De estos 99 pasaron a disposición judicial.
Que el sábado de protestas coincidiese también con las jornadas del patrimonio, en las que los edificios y monumentos están abarrotados de ciudadanos y turistas, complicaba la tarea para gestionar el orden público en la capital.
Texto y foto: Agencias